“From a global market perspective, the second major achievement of the EU ETS has been to establish a carbon price signal that is internalized by market players around the world ”. Ellerman et al.: Pricing Carbon. The European Union Emissions Trading Scheme (2010)
Hace no muchas horas ha finalizado la última reunión anual de la Conferencia de las Partes (COP 29) celebrada en Bakú. Aunque no la he seguido a fondo, los medios han prestado mucha atención al acuerdo final sobre unas ingentes cantidades monetarias que se deben transferir a los países en desarrollo para que adopten medidas contra el cambio climático. Ha habido mucha controversia sobre la cifra final, dado que lo que se pedía desde estos países a las naciones más ricas era una cifra mucho mayor. Quizá la cercanía de la reunión celebrada en Cali del Convenio por la Diversidad Biológica y sus, para algunos participantes, decepcionantes conclusiones, ha avivado dicha controversia. No voy a entrar en ese debate, pero me llama la atención que se midan económicamente unos hipotéticos daños asociados al cambio climático sin, hasta lo que yo sé, conocer el valor, hoy en día, del conjunto de los servicios ecosistémicos a nivel global. Parecería coherente tener un punto de partida claro para comparar un escenario y otro y sacar consecuencias al respecto, pero supongo que habrá evaluaciones al respecto que desconozco. Por otro lado, conviene no olvidarse que ya ha habido precedentes de acuerdos de transferencias de dinero en esa misma dirección, y que no han cumplido todas las expectativas. Un ejemplo muy claro se puede ver siguiendo las conclusiones las sucesivas reuniones a partir de la COP13 relacionadas con el programa REDD+. La conclusión es que sigue faltando financiación para estos proyectos, tanto de carácter público (véase el caso de España) como privado.
Sin embargo, el principal motivo para comentar los resultados de esta cumbre es el otro tema de impacto sobre el que ha habido acuerdo. Se trata de cerrar ya los flecos restantes del acuerdo de París (o sea, de hace 10 años: la toma de decisiones y su implementación en este campo es extraordinariamente lenta) y desarrollar un mercado global de carbono. Entiendo que los detalles técnicos aún no se han hecho públicos, pero, en cualquier caso, creo que conviene reflexionar sobre la existencia de este mercado y sus implicaciones no tanto a nivel macro o de país, sino a nivel micro, es decir, a nivel de la toma de decisiones de los que ofertan estos créditos y de los agentes económicos que los compran. Dos de las medidas más comúnmente aceptadas para abordar las externalidades negativas provocadas por un exceso de emisiones son el establecimiento de mercados para estimular reducciones en dichas emisiones y/o la fijación de impuestos para, entre otras razones, disuadir el consumo. Si se hablara de un impuesto global sobre el carbono, muchos lo verían de una aplicación muy complicada dadas las diferencias existentes tanto en las políticas económicas como en la gobernanza, ya no sólo de los países, sino de grupos de países bien diferenciados. De igual forma, hablar de un mercado transnacional puede tener beneficios a la hora de reducir la volatilidad de los precios de estos créditos, pero sin embargo puede acarrear riesgos y problemas si no se analizan sus implicaciones. Por otro lado, si los cálculos que realizan los expertos en mercados voluntarios de carbono, y que cifran en una demanda en 2030 muy superior a la oferta prevista, sí que tiene todo el sentido aumentar el número de opciones para cubrir dicha demanda. Sin embargo, conviene recordar que hoy en día el intercambio anual de créditos en estos mercados es residual frente al conjunto de las emisiones a nivel mundial (menos del 0,5%) y que ha sufrido un cierto estancamiento en los últimos años. En definitiva, aunque se espera que la demanda crezca notablemente por el incremento obligatorio de la descarbonización en muchos sectores durante los próximos años, sería bueno conocer las cifras de dichas estimaciones. En definitiva, las incógnitas son aún muy abundantes, pero con independencia de otras consideraciones, hay una cuestión de fondo que podría explicarse con detalle: ¿se van a convertir estos créditos una “commodity” al uso, como lo ha sido hace lustros en Estados Unidos, o bien se pretende que no tengan nada que ver con otras “commodities” de tipo agrícola, geológico o energético?
Se puede pronosticar que, con relación a este nuevo mercado, aparecerán críticas por razones diversas. Quizá habrá stakeholders que no tengan claro las implicaciones de soluciones basadas en el mercado (algunos, por cierto, desdeñan cualquier concepto que lleve consigo esta palabra, por razones ideológicas o por puro desconocimiento), pero aquellos que conocen algún mercado de estas características se preguntarán al leer esta noticia cómo puede afectar a sus créditos, a sus inversiones, a sus plantaciones o a los costes de transacción de todo este proceso. Por ejemplo, aunque en algunas declaraciones se utiliza el concepto en plural (mercados de carbono) no me ha quedado claro lo que va a pasar con los mercados ya existentes, sean regulados o voluntarios y el papel que, por ejemplo, juegan en este proceso intermediarios y verificadores bien conocidos por todos. Por otro lado, si existe un mercado global ello también obliga a definir uno (o varios) créditos asociados a la captura de carbono de ámbito global. Ello significa que las condiciones básicas que deben de cumplir, por ejemplo, las ganancias de carbono asociadas a una forestación deben ser homogéneas y de calidad (adicionalidad, permanencia, ausencia de fugas, que no exista una doble contabilización, etc.) en cualquier parte del mundo y, además, presentar atributos similares a los de los proyectos REDD+ en países en vías de desarrollo. Y eso exige protocolos comunes y condiciones similares (verificaciones, etc.) para evitar cualquier disfunción en dicho mercado. Por otro lado, y desde el punto de vista institucional sería interesante conocer las implicaciones en las regulaciones regionales, nacionales y, supongo que (dada su lentitud en aprobar normas al respecto), europeas, así como posibles vínculos con otros servicios ecosistémicos (biodiversidad).
Desde el punto de vista del propietario forestal, he detectado que en una de las declaraciones oficiales al respecto se singulariza, cuando se habla de estos mercados, en plantaciones forestales (“planted forests”). Creo que sería un error, y otro agravio, que se volviera a dejar fuera la opción de intercambiar en un mercado los créditos asociados a la mejora en la gestión forestal. Esta idea, recogida en toda su literalidad en el Protocolo de Kyoto, no se ha implementado en mercados regulados, y creo que esta sería una oportunidad magnífica de enmendar el error y, por tanto, incluirla en este mercado. No hay que olvidar que estos créditos sí que se intercambian en los llamados mercados voluntarios. Si acabo de mencionar que sería otro agravio su no inclusión, me refiero a que históricamente las decisiones del IPCC no han favorecido a los bosques templados de los países desarrollados. Es como si los propietarios de estos predios estuvieran atrapados en una especie de pecado original según el cual son los responsables de la deforestación en zonas tropicales. Es preciso recordar que, en su momento, se adoptó como “hipótesis”, como si fuera algo extraordinariamente sesudo, la oxidación instantánea del carbono. Es decir, que cuando se corta un árbol, todo el carbono almacenado se libera instantánea y mágicamente a la atmósfera. Después de muchos años se ha corregido este dislate acientífico (aceptado casi unánimemente sin rubor), pero a costa de imponer unos períodos de permanencia del carbono en los productos extraordinariamente cortos en los usos de la madera con mayor precio unitario. Si después de estos antecedentes, se vuelve a ignorar una herramienta tan potente como la gestión forestal para modular diferentes servicios ecosistémicos en los sistemas forestales, es que, como poco, tanto los integrantes de estas organizaciones transnacionales como otros correveidiles subvencionados y necios varios no han querido aprender nada sobre el carbono de origen forestal en estos últimos treinta años.