We got love don’t need no more. All we got to live on is a hardwood floor. The Doors
Resulta indudable comprobar cómo en los últimos años se ha producido un incremento notable en el uso de la madera en múltiples campos. Habitualmente bajo el paraguas de su mayor bondad ambiental comparándola con productos sustitutivos, desde muchos foros se está promoviendo su uso bajo distintas formas. Sin embargo, ello no debe llevar a categorizar la producción de madera únicamente en base a su definición de recurso renovable y utilizando unidades de carbono. También es ampliamente reconocido que este servicio ecosistémico de provisión se vincula a actividades muy necesarias en el mundo rural y que puede encajar perfectamente en engranajes que persiguen el cese del abandono que se produce en el mundo rural. Sin embargo, bajo mi punto de vista, este fomento de la demanda no se está acompasando con actuaciones desde el lado de la oferta, ni tampoco con ciertos apoyos institucionales. Por otro lado, no conviene olvidar que organismos como el Banco Mundial predicen que la demanda de madera se incrementará por cuatro en 2050, para disgusto de los terraplanistas y domingueros económicos varios que propugnan sin cortapisas la idea del decrecimiento.
Antes de desarrollar la necesidad de ampliar y normalizar el uso de la madera, quisiera referirme a un aspecto que a veces se ignora: su consideración histórica y la necesidad de conservar el uso de este activo material tan empleado a lo largo de los siglos. Aunque, a diferencia de otros materiales, no se la ha empleado para nombrar períodos en la prehistoria, su presencia ha acompañado al hombre desde hace miles de años. Y en época de reivindicar cualquier activo inmaterial, también se debe reivindicar est activo material. Simplemente, a título de ejemplo aportaré un dato no muy conocido: si a cualquiera se le pregunta por un epicentro del mundo financiero, una respuesta probable sería Wall Street, en Nueva York. Pues bien, este muro que ha dado lugar al nombre de esta calle de Manhattan fue construido por los holandeses en madera. Y el inicio de lo que ahora se conoce como la bolsa de Nueva York comenzó en esa calle, formulándose el famoso acuerdo de Buttonwood entre los primeros brokers de entonces. Nótese que el nombre hace referencia a esta especie arbórea (Platanus occidentalis). Es decir, que la genésis del mundo bursátil no se entiende sin estas referencias forestales.
Entrando en materia, existen al menos tres pilares, conectados entre sí, y que debieran normalizarse y desarrollarse con la idea de disponer de un porcentaje interno de madera futura lo más elevado posible. El primero de ellos sería el de la gestión forestal, en un sentido amplio. Si se habla de madera estructural, es necesario centrarse no sólo en obtener una cantidad apreciable en cada turno, sino asegurarse que cumpla unas ciertas características. Esto obligará a modificar turnos, regímenes selvícolas, etc. Un ejemplo de ello se halla en este reciente artículo, cuyo primer autor es un antiguo alumno de la UPM. Pero, cuando hablo de normalizar, me refiero a que se acepte de forma natural que cortar madera (cumpliendo los requisitos mínimos de sostenibilidad, y siempre bajo un plan técnico de gestión) es necesario para cubrir las necesidades de un servicio ecosistémico de provisión. Basta ya del populismo ambiental al respecto, que, por ejemplo, censura las plantaciones de eucalipto los días pares, y los impares promueve el empleo de madera certificada, pero obviando las miles de hectáreas de estas plantaciones que han adquirido el sello correspondiente.
El segundo pilar sería el de la investigación. Aquí es preciso insistir en que, además de todo lo que conlleva el paraguas de la bioeconomía, tanto a nivel básico como aplicado es necesaria la hibridación de distintas disciplinas, y no sólo las pertenecientes al ámbito forestal. Ya se ha comentado en este blog cómo continuamente están apareciendo nuevos productos basados en la madera. Si antes me he referido a la madera estructural, ahora incido en otro aspecto que a veces no se tiene en cuenta: la consideración como productores de fibras. Un ejemplo claro es el Lyocell, aunque hay que tener en cuenta que otro tipo de materias primas pueden conseguir productos similares. Y si me he referido anteriormente a las plantaciones de eucalipto, cabe recordar que son el tipo de plantaciones son las preferidas por la industria forestal para lograr dichas fibras. Resulta muy necesario fomentar la investigación en estos temas que, como ya se ha comentado, pero, además, se necesita una mayor implicación de todos los stakeholders en ello. De poco sirve profundizar en cuestiones técnicas o de planificación si las Administraciones no facilitan el avance tecnológico, bien sea infrautilizando su capacidad de generar estadísticas apropiadas, o apoyando normas que van en contra de fomentar ciertos aprovechamientos o simplemente promulgando decretos (a nivel autonómico) para nuevas forestaciones, centrándose sólo en las hectáreas y en el número de árboles que se van a plantar (sic), pero obviando referencias a la selvicultura a desarrollar o a la calidad del producto final que se quiere llegar a obtener al final del turno.
El último pilar al que me refiero es el que se refiere a una doble vertiente: la de la educación y la de la comunicación. Resulta casi insoportable comprobar las carencias en la formación en primaria y secundaria relacionada con el papel de los sistemas forestales como actores indispensables en el suministro de ciertas materias primas. Pero esto se extiende, en general a la opinión pública. No se puede simultáneamente tildar de casi terrorista a un propietario forestal que realiza unas cortas finales, mientras se exige que la madera sea FSC haciendo cola en un establecimiento para comprar papel higiénico. Y el tema de la comunicación creo que debe extenderse a otros campos, como el de la economía circular. Me llama la atención que, por ejemplo, cuando se habla de indicadores y métricas de economía circular (un asunto complejo por la cantidad de perspectivas, tipos de industria, niveles existentes, etc.) no se encuentran claramente posicionados a los sellos más nombrados de certificación forestal. Tampoco creo que el famoso “efecto cascada” haya trascendido mucho a la opinión pública. Otro ejemplo al respecto es la indefinición de la idea, copiada de otros ámbitos, del “km cero”. ¿Qué se entiende como madera de km cero? ¿la del país? ¿la de la UE? ¿la de la CC.AA.? ¿la que está a un determinado radio de dónde se van a utilizar los productos derivados? Aunque pueda parecer un tema menor, quizá sea importante para posicionar ciertos productos.
En definitiva, con lo explicado hasta ahora se debe tener en cuenta que sería necesario hacer un esfuerzo al unísono, de muchos actores para fomentar desde abajo el uso de la madera, su procedencia y su integración con otros servicios ecosistémicos. Si se acude a iniciativas recientes, como la Estrategia Forestal o el Plan Forestal se comprueba que ojalá a lo arriba comentado se le diera la misma importancia que a la entrada de madera ilegal en España. En ambos documentos, que por cierto están pasando muy desapercibidos, no existe una apuesta clara por la madera en los términos que, de forma sintética, aquí se han recogido. Y lo mismo se puede decir, en líneas generales, en la mayoría de las estrategias de economía circular que circulan por España. Después de meditar al respecto hasta con mi sombra, recordando al mítico Leo Verdura, creo que sería necesario promover un pacto a nivel nacional por el fomento y el uso de la madera, partiendo de su origen: la gestión forestal.