Recientemente he visto un slogan en una red profesional relativo a una feria comercial que se celebró hace unos días en Chile. Sin pretender realizar ninguna comparación entre los dos países, me ha parecido oportuno copiarlo para el caso español y que dé título a esta entrada, donde se pretende resaltar algunas cuestiones sobre la madera y sus derivados, bienes muchas veces minusvalorados en numerosos foros, cuando no directamente obviados. Además, estos productos cuentan con una dilatada historia tanto vinculada a la supervivencia y el bienestar de numerosas comarcas rurales, como en la aparición y desarrollo de un sector industrial desde hace muchos años.
Resulta imposible glosar la importancia de la madera a lo largo de la historia de nuestro país, por lo que sólo apuntaré algunos hechos recientes, centrados en aspectos industriales. Así, aunque la industria de la madera nunca ha competido con las grandes industrias tradicionales en España (textiles, alimentación, etc.), sí que es cierto que a principios del siglo XX se ha producido un boom de aserraderos. Siguiendo la monumental obra de Nadal (2003), se habían pasado de 800 en 1.900 a más de 7.000 treinta años más tarde. Durante esos años las importaciones cubrían la mitad del consumo interno. A partir de ahí, se produce un fenómeno de madurez de la industria en la etapa franquista (sustitución por nuevos materiales, como el plástico), pero, a la vez, se desarrollan nuevas industrias vinculadas con la celulosa. Estos sectores maduros se mantienen en la crisis industrial de final del siglo pasado, aunque sufren con más intensidad que otros, y con saldos comerciales negativos, las últimas crisis de principios de este siglo. Sin embargo, tomando datos actuales del código TARIC 44 (madera y sus manufacturas), y a pesar del elevado porcentaje de las cortas que abastecen a la industria nacional, la tasa de cobertura (exportaciones entre importaciones) en los últimos años es superior a uno, con lo que se puede inferir que, a nivel de costes, esta industria es, en la actualidad, competitiva a nivel internacional.
En términos agregados, el peso en la economía de las industrias basadas en la madera es menor que en otros países del UE, aunque en algunas CC.AA. como Galicia, presenta una importancia mucho mayor. Dejando a un lado una visión macroeconómica, resulta revelador contextualizar el significado que la madera puede tener en la bioeconomía, ya que se pasa de una materia prima vinculada a sectores tradicionales, que se convierte en un input de nuevos productos que ya incorporan una mayor carga de innovación y tecnología. Por otro lado, su jerarquía se comprueba de forma sencilla señalando solamente su presencia en el día a día de las personas, tanto hoy como lo que se espera en el futuro. Así, la madera resulta de importancia en usos tradicionales, bien sea como fuente de energía doméstica, o como material empleado numerosos productos, cuyos ejemplos más preclaros podrían ser los muebles, así como en el embalaje de muchos otros. Sin embargo, hoy en día conviene evaluar la madera de una forma más holística, en el sentido que se está intentando valorizar todos los productos obtenidos de la misma, bien sea en un entorno de economía circular, o bien reivindicando el “efecto cascada” de los mismos. Por otro lado, se está produciendo una expansión de los productos derivados de la madera, y ese aumento en la oferta debe estar asociado a un incremento en la demanda. En efecto, aspectos como los nuevos productos utilizados en la madera para construcción o las fibras textiles procedentes de la madera son ejemplos muy claros que ilustran este hecho.
En definitiva, esos 0,4 m3 que, aproximadamente, consume cada habitante en España dan para mucho, y para muchos productos. Sería inabarcable realizar una lista con todos los productos de consumo que llevan componentes derivadas de la madera, en una primera o segunda transformación. Continuamente aparecen innovaciones en productos como la madera laminada. Centrándonos en la madera con destino celulosa, producto donde somos autosuficientes, el desarrollo industrial ha provocado que aparezcan en el mercado productos relacionados con la pasta y el papel que cubren múltiples demandas. Así, la sustitución de plásticos en embalajes ha allanado el camino para que derivados de la celulosa se utilicen más ampliamente, debido, entre otras razones, a su menor huella de carbono. Pero hay otros derivados que se pueden hallar como aditivos en algunos alimentos, o incluso en la composición de los dentífricos. Ya se conocían sus usos en pinturas, barnices, e incluso en productos vintage, como son las láminas utilizadas en los antiguos retroproyectores. Seguro que todos los docentes se acuerdan de ellas. Obviamente, no nos debemos olvidar de todos los productos de higiene asociados a esta sustancia, en especial los absorbentes, así como los múltiples tipos de papel que el sector pone a disposición de los consumidores. Además, conviene reiterar el papel de liderazgo en la economía circular mediante el aprovechamiento de residuos generados en sus plantas, así como la producción de bioenergía.
Por otro lado, aunque existen incertidumbres, y máxime en estos tiempos convulsos, algunos estudios apuntan a un incremento de la oferta de productos de madera en el futuro, lo que implica que se necesitará incrementar las cortas finales para alimentar estas líneas de producción. En el caso de España, resulta apreciable el esfuerzo para mantener una producción aceptable, a pesar de todas las trabas que se suelen imponer para realizar aprovechamientos forestales, así como las presiones de algunos obtusos que consideran implícitamente la madera como un recurso no renovable, y de ahí su insistencia en extender la prohibición de cortas finales o la supresión de ciertas plantaciones forestales. Por ello, sería bueno que se generalizara la idea que las cortas de madera (cumpliendo, lógicamente, los requisitos técnicos y ambientales) suponen una buena noticia si se quiere proseguir en el camino de la descarbonización, de la fijación de empleo en el ámbito rural y de la autosuficiencia de algunos materiales. Utilizar madera en muchos ámbitos supone menguar el consumo de combustibles fósiles, y si esta es nacional, también se reduce notablemente la huella de carbono asociada a esos productos más contaminantes.
Finalmente, para aquellos que sigan viendo una corta de un árbol como un atentado ecológico, como algo irreversible, los animaría a que extiendan su postura a cualquier producto derivado de la madera, con independencia de su origen (resulta un tanto fariseo promover la prohibición de utilizar madera nacional y a la vez alentar el uso de la madera en la construcción, asumiendo que venga de otros países). Además, y respetando todas las opciones, sería muy coherente que llevaran ese leitmotiv al mismo nivel que lo hacen, en cuanto al rechazo de productos de origen animal, los veganos. Así que, por ejemplo, rehúsen con convicción los productos derivados del papel con usos sanitarios, no dejen que sus hijos jueguen con lápices de colores, y, por supuesto, si se produce un colapso en la oferta de algunos productos de primera necesidad, no acaparen papel higiénico, por poner sólo tres ejemplos cercanos. Mientras tanto, los demás ciudadanos respetaremos su postura, mientras nos deleitaremos con el uso de la madera en productos tradicionales, nos maravillaremos con el continuo cambio tecnológico asociado a estas industrias, y pensaremos que nuestros sistemas forestales están bien gestionados produciendo la materia prima que alimenta todo este círculo virtuoso.