En esta entrada pretendo reivindicar la importancia de un concepto, el de la innovación, clave en cualquier sector y que presenta unas componentes y trae unas consecuencias que muchas veces son ignoradas por los que toman las decisiones en muchos ámbitos. Innovación consiste, desde un punto de vista clásico, crear un nuevo producto o proceso que no se utilizaba anteriormente, modificar u ofertar uno ya existente a un coste menor. A esto le podemos añadir la innovación a otros niveles (organizacional, institucional). Por otro lado, hasta hace poco se asociaba innovación casi exclusivamente al capital construido por los seres humanos, y, en mucha menor medida al capital humano. No obstante, con la paulatina adopción de otras formas de capital, al hilo de abordar una economía menos lineal y más circular, se está comenzando a hablar de innovación vinculada al capital social. Sin embargo, los resultados en forma de indicadores agregados son todavía muy modestos, con lo que me voy a centrar sólo en la forma más tradicional de innovación y, obviamente, en el ámbito forestal.
No obstante, conviene aclarar que este concepto es lo suficientemente sugestivo para ser considerado con atención. Para aquellos puristas de lo políticamente correcto, aparecen dos indicadores dentro de los objetivos de desarrollo sostenible (ODS 9): gasto de I+D como porcentaje del PIB y número de investigadores por país. Por otro lado, también EUROSTAT apuesta como un indicador de la circularidad de una economía el número de patentes asociadas al reciclaje como una forma de caracterizar la economía circular. En resumidas cuentas, la innovación, por más que les pese a algunos, no es algo demodé, y si hablamos de sostenibilidad, de economía circular, no resulta aventurado dar el siguiente paso: definir una innovación sostenible u orientada a la sostenibilidad. Estas palabras debieran ser un leitmotiv para todo el sector forestal, dada la potencialidad que a priori ofrece en estos campos tan cardinales hoy en día.
Desde un punto de vista personal, he tenido la fortuna de trabajar en la innovación de la industria forestal hace años, gracias a la ayuda de los Profesores Casimiro Herruzo y Óscar Alfranca, y al esfuerzo y al tesón de Roberto Voces, antiguo doctorando que realizó su Tesis Doctoral en estos temas. Pues bien, sin realizar una comprobación más exhaustiva, uno tiene la percepción que más o menos las conclusiones que se obtuvieron hace algo más de una década siguen, por desgracia vigentes (en esta publicación se adjunta una visión de la innovación en la industria forestal en aquella época). Ya por entonces se comentaba que la industria forestal española estaba alejada en este campo de otros países europeos, y después de la crisis del 2008 resulta complicado aventurar una mejora apreciable. Bien es cierto que la innovación (al igual que la gestión forestal, por cierto) es una carrera a largo plazo, y que los efectos de ciertas medidas no empezarán a notarse hasta dentro de unos años. Dicho lo cual, sólo observando los datos de algunos indicadores básicos a nivel de toda la economía, uno puede sospechar que la situación no ha mejorado notablemente.
Llegados a este punto, conviene aclarar que la innovación es otro concepto poliédrico y cuya medición exacta resulta una tarea compleja. Tradicionalmente, y a nivel sectorial, se definía a través de un conjunto de indicadores (misma idea que la sostenibilidad, por cierto), unos orientados a los inputs, es decir a los recursos movilizados (dinero invertido, número de investigadores…) y otros a los resultados (patentes, modelos de utilidad, productos nuevos, etc.). Entre medias se miden otro conjunto de indicadores que tienen que ver con otros aspectos (efecto socioeconómico de la innovación, número de actividades innovadoras, etc.). Si uno piensa en recabar informaciones fiables con este nivel de desagregación en el sector forestal español, la tarea es complicada por la ausencia (otra más) de estadísticas inmediatamente accesibles y actuales. Esta situación puede explicar, por desgracia, porque no se habla sobre innovación o, si se quiere, sobre la importancia económica de la misma, en el ámbito forestal patrio. A título de ejemplo, y utilizando dos ámbitos muy diferentes, no hay que ver lo que dice al respecto (o, mejor, lo que no dice), el Plan Forestal Español, y si se acude al buscador de trabajos en la Sociedad Española de Ciencias Forestales, el resultado es muy deprimente. No he repasado todos los planes forestales autonómicos, pero sí que quiero señalar que en la revisión del Plan Forestal de Galicia se habla dos indicadores cuantificados (“iniciativas de I+D+i” e “inversión anual”), que supongo se desarrollarán en algún otro documento posterior. Aunque veo positiva su inclusión, he echado en falta una evaluación, bajo parámetros cuantitativos, actual de la innovación y por qué hacen falta esos indicadores y no otros.
La importancia de la innovación está ligada a lo que supone el cambio tecnológico en la economía. El cambio tecnológico es lo que ha arruinado las predicciones de muchos malthusianistas, y de otros expertos que, por ejemplo, predecían el agotamiento de recursos no renovables. Utilizando dos ejemplos forestales, obviar esta componente en los análisis (por ejemplo, en muchos escenarios de cambio climático a 50 o más años) sería como suponer que el cortejo fúngico se mantiene constante con la edad de una determinada masa forestal o que la producción de piñones en masas de Pinus pinea va a ser indefectiblemente todos los años igual a la media de las últimas dos décadas. Por todo ello, no se puede concebir la existencia de una bioeconomía forestal y circular potente en España, por mucho que algunos no paren de hablar y hablar al respecto, sin una innovación saludable y expansiva. Cuando uno piensa en innovación no debe imaginarse sólo un invento único, o una suerte de dron milagroso, ni un nuevo artilugio en el metaverso. Debe pensarse en un esfuerzo conjunto de muchos integrantes del sector forestal y otros sectores próximos (muchas veces se olvida este aspecto), a largo plazo y que necesariamente debe estar tutelado por las Administraciones públicas, sin que piensen en réditos electorales inmediatos o en subvenciones exclusivamente a grupos de presión y organizaciones afines. Este esfuerzo debe proporcionar incentivos a las empresas y particulares, y también obligar a ciertas exigencias. Las empresas, por ejemplo, tienen algunos en las deducciones al respecto (algunas muy discutibles) en el impuesto de sociedades, pero las Administraciones deberían asegurarse el cumplimiento de algunos objetivos y velar por alcanzar alguna ratio de eficiencia. Eso sí, para ello el sistema de indicadores a aplicar debe ser transparente y consensuado con anterioridad. Por último, es preciso insistir en que la innovación abarca muchas componentes, muchas relaciones con otros sectores, muchas realidades a nivel empresarial… e intentar reducirlo a un solo indicador (por ejemplo, el gasto en I+D+i) es un craso error. Dicho de otra forma, que nadie piense que si se duplica (por poner una cifra utópica) este gasto de un año al siguiente, indefectiblemente ello supone que los efectos de la innovación se van a duplicar en el corto plazo. Al igual de lo que ocurre si se adoptan ciertas medidas en problemas de gestión forestal, los resultados no son ni inmediatos ni necesariamente escalables.