Precio y valor

Un cínico es una persona que conoce el precio de todo y el valor de nada”. Oscar Wilde: El retrato de Dorian Gray

Los conceptos incluidos en el título de este post abarcan, ya desde tiempos de la Grecia clásica, multitud de definiciones, posturas, ensayos y aproximaciones diversas. Resulta imposible referirse en esta entrada a todas ellas, pero lo que resulta indudable es que el significado de estas acepciones ha evolucionado con el tiempo, hasta llegar al momento actual donde se asume que desde el punto de vista teórico sus fronteras están bien deslindadas, pero no tanto su aceptación por el público. Incluso expertos en finanzas y contabilidad no aciertan en esta dicotomía, concluyendo que son conceptos incongruentes. Centrándome en un contexto de economía forestal y de los recursos naturales, también es muy frecuente observar una cierta confusión en el empleo de estos términos o, incluso, un ansia por parte de algunos para imponer un cierto número o umbral como proxy de un determinado valor por razones espurias. 

Como es sabido, el precio de un bien se obtiene a partir de informaciones de mercado. Ahí donde interaccionan oferta y demanda, y coinciden las preferencias del comprador y del vendedor se llega a una cifra que simboliza un valor objetivo de ese determinado bien. Es decir, en ese caso coinciden precio y valor. Sin embargo, este razonamiento asume la existencia de un mercado, habitualmente considerado de competencia perfecta, y funciona razonablemente bien cuando nos referimos a productos de gran consumo (aunque hay excepciones, que bien saben explotar los expertos en marketing). Sin embargo, hay situaciones donde el mercado no puede explicar razonablemente bien ciertas interacciones de los agentes económicos y es ahí donde se producen los llamados fallos de mercado. En el ámbito forestal abundan estos fallos, escaseando los mercados para muchos servicios ecosistémicos (SE), e incluso muchas veces la competencia perfecta es un ideal que nunca se llega a alcanzar. Un claro ejemplo de estos fallos de mercado es la existencia de lo que se solía llamar externalidades positivas y que abundan en los sistemas forestales dadas sus características intrínsecas de producir tanto bienes privados como bienes públicos. Es decir, existen numerosos SE asociados a esos sistemas que no tienen un valor objetivo porque, entre otras razones no existe un mercado definido para los mismos. Ello nos induce a pensar que no tienen un precio, pero siguen manteniendo un determinado valor. Lo que ocurre es que dicho valor no se nos transparenta con la idea de precio.

Y esto nos lleva a definir el valor de una forma más amplia, como la utilidad que le proporciona un determinado bien o servicio a una persona. A partir de aquí surgen aspectos subjetivos e incluso éticos y morales. De ahí que en cualquier publicación de economía ambiental pueden ver multitud de clasificaciones de valores donde se pueden acoplar los distintos SE vinculados a los sistemas forestales. Así, se habla de valor de uso y valor de no uso. Y de estas dos divisiones cuelgan acepciones como valor de opción, valor de existencia, valor de legado, etc. En esta línea me interesa destacar una idea crucial relacionada con la valoración ambiental. Esta disciplina ha desarrollado técnicas que intentar otorgar el valor a diferentes SE que carecen de precio de mercado, pero sin entrar en temas morales o éticos, que muchas veces son justo los que se pretenden imponer. Es decir, se intenta medir el impacto en el valor de un determinado SE provocado por un cambio en las condiciones de partida. Estos cambios pueden suponer incrementos en la oferta. Por ejemplo, ciertas medidas de gestión provocan que se incremente la biodiversidad en un determinado sistema forestal, y lo que se trata es de valorar la situación nueva frente a la anterior. Lo mismo en el otro sentido: si se ha producido un incendio forestal, se trata de ver lo que se ha perdido con relación a algunos SE a partir de la situación de partida. Para alcanzar unas estimaciones de estos cambios se emplean métodos (valoración contingente, coste del viaje, etc.) que necesitan de encuestas para estimar su disposición al pago. Aquí subyace otra diferencia entre valor y precio: no es lo mismo el deseo de pagar (lo que pagamos por cualquier bien de consumo) que la disposición al pago (lo que estaríamos dispuestos a pagar en ciertas circunstancias, y que constituye, como se acaba de comentar, la medida central para alcanzar un determinado valor). Un tratamiento correcto de la información aportada, unido a metodologías consistentes dan como resultado una cifra que se toma para caracterizar el valor anual (€/ha) de un determinado SE.

Pues bien, una minoría niega la mayor con estas metodologías y no aceptan estos planteamientos, por supuesto sin proponer alternativas viables a cambio. En ocasiones, esta negación de ciertos métodos avalados por la comunidad científica internacional (incluyendo Premios Nobel) obedece, entre otros motivos, a que pretenden imponer sus valores discrecionales al resto de la sociedad. Frecuentemente, además, para esta minoría esos valores son, o bien ilimitados (para caracterizarlos, supongamos un valor infinito), o bien nulos (supongamos un valor de cero), a conveniencia. Para ilustrar esta grotesca situación voy a establecer una analogía con algo que, a priori, parece que no tiene nada que ver con la economía ambiental, como es la economía del arte. Pensemos en una exposición de cuadros. Esas obras de arte presentan valores que exceden al precio que se pudiera pagar por una de ellas. Es decir, los mecanismos de mercado fallan a la hora de acompasar el precio y el valor de dicho cuadro, lo mismo que sucede con muchos SE presentes en los sistemas forestales. Además, concurren valores de existencia (habrá gente que valore el cuadro per se), valores de opción (habrá personas que pagarían por consumir esa obra de arte en un momento dado en el futuro), así como valores de legado (se considera importante trasladar el disfrute de ese arte a generaciones futuras). En definitiva, y siguiendo al insigne economista William Baumol, el arte provoca una serie de beneficios que las herramientas económicas tradicionales no son capaces de medir. Por este motivo estos métodos de valoración ambiental se emplean también en contextos relacionados con el arte.

Pero volvamos a los valores asociados a un cuadro. Un principio básico es que el artista, el que ha pintado el cuadro reciba un precio justo por su obra. Lógicamente, ese precio estará comprendido entre cero e infinito. Es decir, una persona que ha puesto una obra de arte a disposición del público merece recibir una compensación por su talento, su trabajo y su esfuerzo. Pues bien, ¿se imaginan que alguien se acercara al autor y le dijera: no, no te mereces esta compensación? Te quito el cuadro, y ya está. Es decir, implícitamente está diciendo que el valor para ese autor es cero. Creo que a muy poca gente le entraría esto en la cabeza. Pues bien, esta situación se da frecuentemente con los propietarios forestales que ven cómo con el esfuerzo de generaciones de la misma familia logran sistemas forestales que oferten una amplia gama de SE que favorecen a toda la comunidad. Llega un punto en se les prohíbe internalizar parte de su valor a través de medidas coercitivas. Es decir, rechazan al mercado e imponen que para la propiedad tenga un valor nulo mientras ciertos estetas del sectarismo justifican su decisión diciendo que los valores vinculados a ese predio son inconmensurables (es decir, poseen un valor infinito). Alguien puede aducir que esto no es así, que tiene que haber expropiaciones para esos propietarios, pero la realidad es que primero se dispone la medida coercitiva, obviamente sin ningún tipo de negociación, y, después, ya se verá que ocurre. Un ejemplo claro es el caso del lobo, que para algunos tiene un valor (por ejemplo, de existencia) infinito, mientras que, para esas mismas personas, el valor (por ejemplo, de existencia) del animal doméstico del que se alimenta es cero.

Otro ejemplo de disfunción en el empleo de esta dualidad entre precio y valor es la expresión “hay que ponerle un precio a la naturaleza”. A mi juicio, esta frase tomada en su literalidad no es acertada. Lo que se debiera pensar es en rescatar los valores de la naturaleza en términos económicos. Si se quiere, medir los SE que recibimos de la naturaleza e imputarles una cifra, pero no se trata de poner una etiqueta con un precio como si estuviéramos en rebajas. Aquí se puede ver claramente que precio y valor no es lo mismo. Finalmente, estas situaciones que acabo de comentar constituyen un buen ejemplo para reivindicar la necesidad de la existencia de datos veraces, públicos y contrastados sobre los valores asociados a todos los SE que se producen en los sistemas forestales. Por último, esto me conduce a una pregunta inocente: ¿el V Inventario Forestal Nacional va a incluir una sección donde se midan de forma consistente y científica dichos valores, o bien nos quedamos en la dicotomía cero-infinito impuesta por organizaciones acientíficas bien subvencionadas con fondos públicos?

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