Dentro del proceloso conjunto de servicios ecosistémicos asociados a los sistemas forestales, los de provisión ligados a la alimentación humana son, en muchas ocasiones, soslayados o, cuanto menos, no valorados como, a mi juicio, se debería. Esta afirmación, aunque resulte obvia para los sufridos (y más en estos tiempos) habitantes del medio rural, quizá no lo es tanto para otros ciudadanos, por lo que conviene incidir en algunos aspectos económicos y de gestión relacionados con estos productos forestales no madereros, sin pretender englobar toda su inabarcable casuística. Un buen ejemplo de ello es la foto que ilustra esta entrada: es, literalmente, madera comestible, tras un procesado, procedente del jacaratiá (Jacaratia spinosa), árbol originario de la provincia argentina de Misiones. Gracias al Profesor Diego Broz (Universidad Nacional de Misiones) he podido probar esta confitura, de agradable sabor.
Una de las características más notables que presentan estos productos es su importancia local, muchas veces mostrando aspectos etnobotánicos que se deben conservar y potenciar. Ello implica una sensibilidad a la hora de acometer su gestión. Por otro lado, también cabe resaltar, si nos circunscribimos al caso español, que la casuística muchas veces implica que se enmascaren varios servicios ecosistémicos en un producto o en una especie vegetal. Así, el piñón o la castaña pueden estar solapados en algunos casos con la madera (otras veces las masas forestales sólo se orientan a la producción de fruto). Por otro lado, los hongos, además de su potencial comercial para algunas especies parece claro que aportan servicios ecosistémicos de regulación, sobre todo si nos referimos a las redes micorrícicas. Aunque existen discrepancias si se deben considerar en este capítulo, no cabe duda de que productos derivados de las actividades cinegéticas se pueden considerar como alimentos, pero esas actividades suelen estar vinculadas a servicios ecosistémicos de carácter cultural (recreo). Lo mismo pudiera suceder en la recolección de hongos, aunque una excepción a este hecho lo constituirían las plantaciones industriales de trufas. Tampoco hay que olvidar la importancia de la miel,no sólo como un alimento sino en el servicio ecosistémico asociado a la actividad de polinización, si bien su encuadre como producto forestal pueda ser discutible.
Sin embargo, se aprecian ciertas paradojas relacionadas con estos productos. Igual estoy equivocado, pero percibo que muchas veces los alimentos asociados a la recolección (no al cultivo) presentan en el mercado un posicionamiento algo polémico. Por ejemplo, me resulta difícil de entender cómo unos ejemplares de las setas más apreciadas gastronómicamente no se venden como producto ecológico, mientras, por ejemplo, esa etiqueta la pueden llevar setas de cultivo del género Lentinula. A veces este sello ecológico se asocia a una conservación del recurso, es decir, que la recolección no pone en peligro la supervivencia del recurso. Un ejemplo muy claro sería, fuera de España, las nueces de Brasil, semillas de un árbol tropical de gran porte (Bertholletia excelsa), que se encuentran fácilmente en España, y cuya recolección debe estar sujeta a unas restricciones para dejar suficientes frutos que puedan ser alimento de aves emblemáticas y para que puedan asegurar su reproducción. En esos casos, para asegurar que esas semillas proceden de la recolección, y no del derribo del árbol, la etiqueta de producto ecológico puede estar motivada, pero, por poner un ejemplo, unos níscalos recolectados en montes sujetos a planes de ordenación fúngica también deberían llevar ese marchamo, con las implicaciones que conlleva en los mercados.
Otra paradoja asociada a estos productos es que a lo largo del tiempo pueden experimentar diversas fases, atendiendo a su penetración en el mercado, a su posible declive y a, en otras ocasiones, su posible paso de un alimento procedente de la recolección a su cultivo. Es decir, que las situaciones son dinámicas en el tiempo. Por ejemplo, estamos observando, desde hace años, una expansión de plantaciones de trufa, con lo que en algún momento la producción de estas plantaciones superará la recolección de trufas en los sistemas forestales. A la vez están en fases más o menos iniciales plantaciones con otros hongos que, en el futuro pudieran ser una alternativa real en algunas regiones y para algunas especies arbóreas o arbustivas. Aquí habría que considerar si estas plantaciones están más o menos alejadas de lo que se considera dentro del marco forestal o, por el contrario, esta intensificación en la producción debe fomentarse en lo forestal. Otro ejemplo en esta línea serían los pinares de Pinus pinea injertados para la producción de fruto, línea promisoria hace lustros y que, desde la distancia, la observo como algo estancada. Por otro lado, y como otra muestra de este dinamismo asociado a estos alimentos forestales, cabe contemplar la posibilidad que se produzca una demanda de ciertos productos que motive cambiar el uso principal de cierta especie vegetal. El ejemplo que mejor conozco de esta realidad es el caso del palmito (especies del género Euterpe), donde se extrae este cogollo tan apreciado en gastronomía. Aunque antes su extracción era consecuencia de la recolección (que suponía la muerte en algunas de estas especies, como E. edulis), desde hace mucho tiempo llega a nuestros mercados procedentes de plantaciones, y el palmito original presenta severas restricciones en cuanto a su recolección. Pues bien, el auge de los frutos de esas palmeras (el caso más claro es E. olerácea o açaí) desde hace pocos años ha motivado que el alimento más demandado sean los frutos de estos árboles.
Lo comentado hasta ahora pretende resaltar la importancia que puede presentar este servicio, sus posibles compatibilidades, potenciales y el desafío que supone integrar, donde sea menester, estas producciones con otros bienes y servicios propios de los ecosistemas forestales. Por último, no debe olvidarse que estos productos tienen dueño, y aunque, para algunos casos como los hongos, se permita su recolección bajo ciertas condiciones, ello no implica que la propiedad pase a quién realiza dicha actividad recolectora, aunque algunos desaprensivos nunca lo entenderán.