Desde un punto de vista del aprendizaje de nociones básicas de naturaleza económica, pocos conceptos encierran tantos prismas como la tasa de descuento. En esta naturaleza poliédrica yace su gran atractivo, debido a que se conjugan factores que pueden o no estar bajo el control del analista. Por otro lado, y en un contexto forestal, alteraciones en la misma pueden condicionar la viabilidad de un proyecto, el turno económicamente óptimo o modificar muy notablemente el resultado de una valoración en un predio de naturaleza forestal. Estos últimos ejemplos que he citado le deben otorgar una gran importancia en la toma de decisiones. Sin embargo, después de muchos años explicando estas ideas, percibo que es un concepto que genera cierta aversión y rechazo. Su fascinante y cargante levedad implica inseguridad a la hora de fijar en cada situación la tasa precisa. Y esto conduce a que se que busque un atajo, una norma, un algoritmo que permita solventar el problema de su elección de un plumazo. Por desgracia, esto es lo que ocurre actualmente en España en aspectos como la valoración de fincas rústicas: a diferencia de otros países, no se permite al técnico justificar y fijar dicho parámetro, y debe acudir a una norma imperfecta y llena de parches.

Sin embargo, conforme han ido variando los objetivos de la ordenación de ciertos sistemas forestales, esta proposición inicial se ha ido modificando. Me estoy refiriendo a casos donde objetivos de conservación de la biodiversidad o de uso social han adquirido una importancia notable frente a los clásicos objetivos asociados a los servicios ecosistémicos de provisión. Ello ha conducido a que los llamados árboles padre permanecieran más tiempo sin cortar, y que incluso algunos de ellos se anclaran a un turno físico. Paralelamente, se comprobó cómo, en aras de aumentar ciertos indicadores de biodiversidad, sería muy deseable dejar ciertos árboles morir en pie, con independencia del turno al que ello suceda, y, a la vez, se aconsejaba no retirar los árboles muertos. También se ha propuesto en algunos casos anillar árboles con el fin de aumentar la madera muerta en pie. Estas ideas se integran hoy en día en ciertas normativas de gestión forestal, e incluso se intentan adoptar estos principios en casos de restauración forestal donde se plantean mover árboles maduros para aumentar la biodiversidad en otras zonas con edades menores.
Por otro lado, esta idea de preservar árboles extramaduros se han articulado en nuevos sistemas selvícolas que aparecieron en la costa oeste de Norteamérica a finales del siglo pasado, a raíz de la prohibición de las cortas a hecho en masas naturales. Me estoy refiriendo a los sistemas de retención variable (originariamente de retención en verde, o “green-tree retention”) donde lo que se pretende es fijar un turno físico a un porcentaje significativo de la masa actual. Ello se puede hacer de forma dispersa o continua, y el porcentaje a retener varía según los casos estudiados. Casos que se han extendido a otras zonas (Escandinavia, Patagonia, etc.) y donde se compatibilizan aprovechamientos forestales con la citada conservación de la biodiversidad. En definitiva, lo que hace unas décadas era una decisión bastante simple hoy en día se ha convertido en un ejemplo donde los técnicos deben sopesar bien qué y cuánto dejan sin cortar con el fin de cumplir los objetivos que persigue la propiedad.
Resulta entendible que exista una preocupación por la desaparición de bosques primarios, donde abundan árboles sobremaduros, pero esa preocupación no debería concluir que es un problema que ocurre en todos los países y a todas las escalas. Y dicha preocupación no debería obligar a que el único modo de gestionar estas masas sea prohibiendo las cortas finales sin más. Creo que la ciencia forestal ha demostrado que es capaz de proponer alternativas más precisas, que conllevan un compromiso entre diversos objetivos y que subliman la acción del técnico forestal al lidiar con problemas complejos. No consiste sólo en manejar la vegetación modulando la masa existente, proponiendo ciertas actuaciones selvícolas para lograr la densidad adecuada, sino decidir la composición espacial y temporal de acuerdo con un conjunto de objetivos. En definitiva, adquiere importancia no sólo cómo, dónde y cómo cortar la masa, sino cómo, dónde y cómo no hacerlo, y esta tarea precisa de técnicos competentes. No es menester que esta gestión sea planteada por grupos sociales que sólo proponen prohibir las cortas finales. Dichos grupos aún no han entendido que las masas forestales existentes en la actualidad en muchas zonas templadas son el resultado de un proceso secular de interacción con el hombre, y por ello suelen reaccionar de forma extemporánea con propuestas fuera de lugar.