Reivindicando el Recurso Micológico

En el bosque, entre la hierba jugosa, había muchos hongos hinchados que todos cortaban con las guadañas. León Tolstói: Ana Karenina

A punto de comenzar la campaña, si no es que lo haya hecho ya en algunas zonas, conviene reivindicar un recurso intrínsecamente asociado a los sistemas forestales, como son los hongos. Resulta impensable dar un dato cuantitativo sobre la cantidad de hongos silvestres que se recolectan a nivel mundial, pero algunos autores contabilizan en más de 2000 el número de especies diferentes que sirven para la alimentación humana. Por otro lado, su recolección tiene importancia a todos los niveles, desde el local hasta el nacional. Así, hay registros de algunos países como Finlandia donde el número de habitantes que practican esta afición es muy notable. Dejando a un lado aspectos como los taxonómicos, conviene recordar que los hongos están vinculados a numerosos servicios ecosistémicos, algunos de ellos no suficientemente conocidos. Como es natural, si se comienza por los de provisión, ahí entrarían las setas con un mayor interés comercial (que, por cierto, en nuestro país no constituyen una lista extensa), pero también habría que incorporar el autoconsumo que realizan los recolectores, aspecto no muy analizado, quizá por la dificultad de obtener datos fiables. Además, afinando más el análisis, también los hongos forman parte de la dieta tanto de animales domésticos como de animales salvajes (incluyendo algunos cinegéticos). En cuanto a los servicios ecosistémicos de regulación, además del obvio de la conservación de la biodiversidad de estas especies, conviene resaltar el servicio de regulación que se proyecta en otra perspectiva (qué aportan los hongos a los árboles). En efecto, algunos de ellos son indispensables para su nutrición mediante su asociación con las raíces. Y, por otro lado, las especies saprofíticas descomponen materia orgánica arbórea y ayudan a estimular la productividad forestal. Estos procesos son vitales para el mantenimiento de numerosos sistemas forestales y quizá nunca bien reconocidos. Recuerdo como hace muchos años, en una conferencia el prestigioso Catedrático de la Universidad de Alcalá de Henares, Gabriel Moreno, creo que uno de los primeros docentes en impartir una asignatura de Micología Forestal en España, justificaba la no existencia de un estrato arbóreo en zonas como la Pampa argentina por la falta de las micorrizas necesarias.

Pasando a los servicios ecosistémicos de carácter cultural, es muy conocida la vinculación entre la recolección de hongos como una actividad recreativa, llevando al desarrollo de fenómenos de terciarización asociados a la economía local en zonas seteras, como puede ser el micoturismo y la gastronomía orientada a estos manjares. Pero, además, también se podría incluir en este apartado a los servicios relacionados con la investigación científica, y los relacionados con la salud. No conviene olvidarse de la importancia de los aspectos medicinales de muchos hongos. Por otro lado, y dejando de lado la clasificación habitual de los servicios ecosistémicos, no hay que olvidar que los hongos presentan un valor de opción por lo menos en el sentido que en el futuro se pueda descubrir un principio cuya comercialización proporcione nuevos ingresos (por ejemplo, un medicamento o un suplemento dietético) y, por último, a pesar de esa vieja, y creo que antigua, contraposición entre núcleos de población micófilos y micófobos, también a los hongos se les puede encontrar un valor etnográfico o, si se quiere, transversal en las relaciones cotidianas en estos núcleos de población. También convendría señalar los beneficios que pueden experimentar las masas forestales de albergar una población más o menos constante (o sea, regulada) que al recolectar hongos aprecie más los ecosistemas vinculados a esta actividad y pueda, en definitiva, apreciar y valorar mucho más dichas masas forestales. 

Si hablamos de esta variedad de servicios ecosistémicos, surge una cuestión inicial: ¿Cómo se pueden compatibilizar entre sí, y con otros servicios asociados a los sistemas forestales? La respuesta, a mi juicio, no es unidimensional, pero estoy convencido que la gestión forestal es la pasarela para cruzar límites que inicialmente podrían parecer utópicos. Así, lo primero que conviene destacar a la hora de caracterizar a este producto forestal no maderero son tres cualidades, que denomino las tres “íes”: los hongos son instantáneos, por su carácter efímero y cuya producción no se acumula a la anterior, inmensurables, por su dificultad de estimar o de medir cada año su producción con precisión, e impredecibles porque dicha producción puede variar año tras año según las características climáticas (fundamentalmente la humedad disponible en el suelo). Además, el cortejo micológico cambia conforme evoluciona la masa forestal, lo que complica mucho más la gestión. En efecto, esta evolución temporal no sólo supone que habrá ciertas edades de la masa donde la producción será máxima (y estas edades no son las mismas para todos los hongos con interés comercial), sino que en dicha evolución hay carpóforos que desaparecen y aparecen a determinadas edades. En definitiva, que nos encontramos ante sistemas claramente dinámicos y esta circunstancia es preciso introducirla en la gestión. Por desgracia, una foto fija de la situación actual no es para nada suficiente: es preciso compatiblizar la evolución natural del cortejo micológico, los objetivos de la gestión, la selvicultura prevista, y las preferencias de los stakeholders implicados. Esto supone, en definitiva, que las soluciones, a priori, deberían ser más de trazo fino a nivel de las unidades de gestión consideradas que no imponer medidas homogéneas a nivel de todo el cuartel, por poner un ejemplo fácil de comprender.

Por otro lado, la casuística a la que se enfrenta el gestor resulta muy variada, ya que va desde plantaciones “ad-hoc” (siendo las de trufas las más conocidas) hasta gestionar la recolección que se permite legalmente en espacios naturales protegidos de gran valor ecológico, con lo que las herramientas y medidas a tomar son distintas en cada caso. Y la gestión, sin duda, va a tener que lidiar con dos variables intrínsecas al desarrollo de los cuerpos de fructificación: la luz y, como se ha comentado, el agua. Centrándonos en la primera, ello supone que la selvicultura ha de permitir que las masas permitan que la luz alcance el suelo, compatibilizando este hecho con el desarrollo propio de cada especie micológica de interés. En definitiva, hay que acudir a lo que algunos autores, con gran acierto, denominan “micoselvicultura” (se recomienda un capítulo en el seminal libro “Compendio de Selvicultura Aplicada en España”, cuyo primer autor es el Profesor Juan Andrés Oria de Rueda, extraordinario y apasionado investigador en estos temas). Conviene insistir en que estas propuestas, derivadas de la selvicultura micológica, no tienen por qué coincidir con la selvicultura óptima relativa a otros servicios ecosistémicos, bien sean de provisión (madera) o de regulación (captura de carbono). 

Llegados a este punto, es preciso resaltar la calidad y cantidad de la investigación que se está realizando en España en este campo, más o menos desde que ha comenzado este siglo. Eso se debe a potentes grupos de investigación ubicados en numerosas Universidades, pero, sin minusvalorar a ninguno, creo que con el epicentro en dos de ellas (Valladolid y Lleida), y que llevan años publicando brillantes y novedosos trabajos en las revistas más prestigiosas de este campo. Una evidencia de este hecho se encuentra en un artículo reciente publicado por los Prof. José Alfonso Domínguez y Juan Oliet, donde se revisan más de 60 trabajos vinculados a autores españoles que relacionan, de una forma amplia, el recurso micológico con la gestión forestal. Estoy seguro de que muy pocos países pueden presumir de este alto nivel en cuanto a la cantidad y calidad de la producción científica, y este conocimiento es el que debe justificar la adopción de prácticas de gestión particularizadas para cada especie arbórea y/o micológica que integren de una forma lo más óptima posible este recurso en los planes de gestión forestal. Por último, sólo me resta desear una buena campaña para todos los aficionados a la micología.

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