En estos días marcadamente forestales (el 21 de marzo es el día Internacional de los bosques, día tan necesario como fallida es, a mi juicio, la fecha elegida para su celebración), voy a hablar un concepto que hoy en día presenta un carácter prácticamente universal: la idea de sostenibilidad. Aunque se tiende a ignorar, el concepto de sostenibilidad tiene una raíz inequívocamente forestal y se entronca en los principios básicos de la gestión de estos sistemas, propugnando un aprovechamiento racional del recurso con el fin de asegurar su persistencia en el futuro. Así, von Carlowitz acuñó este concepto (“Nachhaltigkeit”) en el año 1713 en su libro “Sylvicultura oeconomica” preocupado por la situación de los bosques de su Sajonia natal. En síntesis, la desmesurada demanda por parte de la industria minera estaba motivando la desaparición completa de muchas masas forestales, lo que persuadió a este autor a promover acciones para gestionar estos bosques de tal forma que se perpetuaran en el tiempo.
Desde entonces, su uso ha estado circunscrito al ámbito forestal y disciplinas próximas, no siendo hasta en el año 1988 la Comisión del Medio Ambiente y del Desarrollo de las Naciones Unidas define el desarrollo sostenible como “un tipo de desarrollo económico que permite satisfacer las necesidades de la generación presente, sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”. Es decir, una trasposición más o menos directa de los principios enunciados por von Carlowitz y que también concuerdan con, por ejemplo, las ideas del economista británico John Hicks en su popularísima definición de renta (lo que hoy se conoce como renta hicksiana). A partir de esas fechas, y a lo largo de los últimos 30 años, se ha producido una intensificación sin parangón en el uso de esta palabra llegando incluso a utilizarse para definir puestos muy cualificados dentro de algunas empresas. De hecho, parece que si en algún proyecto, en alguna propuesta, en alguna idea no se menciona explícitamente esta palabra, dicho proyecto o propuesta puede estar formulado de forma incompleta o, en algunos contextos, podría carecer de valor.
Hoy en día se suele admitir que la sostenibilidad presenta tres grandes pilares (en orden alfabético: ambiental, económico y social) y en esta definición ya se condensa un problema intrínseco: ¿cómo integro dichos pilares? ¿cómo conceptualizo, de forma práctica, este concepto intuitivo… pero a la vez abstracto? Ante esta pregunta, una de las soluciones más habitualmente adoptadas ha sido definir un conjunto de criterios e indicadores que cuelgan de cada uno de los pilares anteriormente mencionados (suponiendo que en el análisis se tengan en cuenta los tres pilares, situación que no se da en todas las ocasiones). Esta segregación del concepto de sostenibilidad en un conjunto de criterios e indicadores se ha utilizado habitualmente a escalas muy agregadas (por ejemplo, a nivel país), pero también hay ejemplo de estudios realizados a nivel local.
Sin embargo, a mi juicio, el esfuerzo que se ha realizado tanto en la definición de criterios e indicadores y su medición a lo largo del tiempo no se ha trasladado a preguntas clave que subyacen a este problema: ¿cómo agrego esos criterios e indicadores? ¿presentan todos estos elementos la misma importancia para el centro decisor? ¿son todos necesarios para el análisis (¿qué ocurre si, de entrada, dos de los criterios elegidos están fuertemente correlacionados)? Es decir, parece que resultara suficiente medir una gran cantidad de elementos (algunos de ellos con requisitos complejos para efectuar dicha medición), y con eso ya se respondería a los desafíos que plantea el término del que estamos hablando. Por poner un ejemplo: si se están monitorizando a lo largo del tiempo 50 indicadores y desde la última medición 20 de los indicadores han mejorado en su desempeño, otros 20 se han empeorado y, por último, los restantes 10 se han mantenido invariables. La pregunta sería: la sostenibilidad de ese sistema, ¿ha mejorado, ha empeorado o se ha mantenido en el mismo nivel que tenía?
Una forma de responder a estas preguntas es a través del empleo de herramientas que permiten capturar la multidimensionalidad asociada a este concepto. En concreto, me estoy refiriendo a las técnicas de decisión multicriterio. En efecto, estas herramientas matemáticas se han demostrado de gran utilidad a la hora de integrar diversos objetivos y superar, de esta forma, el límite mono-objetivo asociado a todo problema básico de optimización (véase cualquier problema de programación lineal). En esta línea, desde el grupo de investigación ECSEN llevamos ya varios lustros trabajando, tanto en trabajos teóricos como aplicados, en la conceptualización de la sostenibilidad a través de un índice compuesto o sintético, utilizando para ello técnicas como la programación por metas. Esta línea de trabajo se ha mostrado exitosa, permitiendo caracterizar la sostenibilidad no sólo en distintos sistemas forestales, sino, por ejemplo, también de distintos sectores industriales a nivel europeo. También se ha dado un paso más y se ha intentado explicar qué factores explican los rankings de sostenibilidad que se habían obtenido con los modelos multicriterio. En las referencias que señalo a continuación [5; 6; 22; 24; 27; 40; 41; 46; 53], aquellas personas interesadas pueden ampliar estas ideas. Lógicamente, si no pueden acceder a dichos artículos, los pueden solicitar a través de mi página web.