Instead, I love trees for what they are, in every way possible. Scott J. Meiners: Tree by Tree
Me ha llamado la atención un artículo publicado la semana pasada en la revista Science relacionado con la importancia que tienen en Europa los llamados “árboles fuera del bosque” (Trees Outside Forests”, “TOF”en la terminología internacional). En él se hace una evaluación de la importancia de dichos elementos arbóreos en los distintos países, donde se refleja una importante variabilidad. Así, parece que los menos forestados de Europa son aquellos donde los TOF alcanzan una mayor importancia. En el caso de España, los autores cifran su importancia en una superficie de alrededor de 950.000ha, lo que supone cerca del 7% de la superficie forestal, según su contabilidad. En cuanto a su ubicación, predominan en pastizales frente a cultivos y a zonas urbanas. Con independencia de la mayor o menor precisión de las estimaciones, creo que lo más interesante es disponer de una valoración de la importancia de los árboles situados en terrenos agrícolas, en alineaciones, en parques, jardines y zonas urbanas, etc. Asumiendo estos datos, la magnitud superficial de este totum revolutum de especies superaría, siguiendo la Estadística Forestal oficial, a especies como el pino laricio (Pinus nigra) o el rebollo (Quercus pyrenaica) y también a las plantaciones de eucalipto. Estas simples comparaciones pueden focalizar su importancia. Sin embargo, a pesar de ello no existe, que yo sepa, ninguna estadística realizada en España al respecto, ni tampoco ningún programa para su estudio o fomento. Claro que, de existir, sería interesante saber en qué Ministerio se colgaría esa información, dado que, por ejemplo, parece que se persigue con ahínco que lo rural no incluya a lo forestal. Por si fuera de utilidad, en otros países como el Reino Unido, es una agencia del órgano forestal del gobierno el que se encarga de este tema, y el último informe disponible destaca su importancia: cerca del 24% de la superficie forestal. Interesa destacar la proporción de TOF en zonas agrícolas (74%) frente a espacios urbanos (26%).
Llegados a este punto, surge una pregunta: ¿por qué tendría interés su medición, seguimiento y caracterización? La respuesta viene dada por la ingente cantidad de servicios ecosistémicos que proporcionan, donde quizá los de provisión sean, salvo en el caso de la agroforestería, los menos importantes. Así servicios como los de regulación, donde el ejemplo más claro serían los que proporciona el arbolado urbano, pero tampoco conviene olvidarse de los servicios de protección a cultivos que proporcionan alineaciones o su papel como garante asociado a la conservación de la biodiversidad. También es fácil vincular su presencia a servicios ecosistémicos culturales, y ciertos árboles monumentales dispersos por la geografía española son un buen ejemplo de ello. En el caso del arbolado urbano conviene señalar los atributos con los que habitualmente se describen: regulan la temperatura, fijan oxígeno y captan dióxido de carbono. Incluso hay herramientas que permiten calcular y cuantificar un valor al oxígeno producido (por cierto, una aberración desde el punto de vista económico) o al carbono fijado. Esto nos lleva a la siguiente pregunta: ¿por qué si se justifica la importancia de estos sistemas con relación a este servicio ecosistémico, no se computa este carbono a nivel nacional? Si las últimas cumbres del clima auspiciadas por la ONU se insiste en soluciones naturales al problema del exceso de emisiones, ¿por qué se desatiende en los inventarios de emisiones la captura de carbono realizada por los TOF?
Una respuesta a esta cuestión viene dada por la rigurosa realidad: lo habitual es que en dichos inventarios no se contabilice el carbono que fijan los árboles en España. Pese a que mucha gente cree que esto no es así, conviene recordar que prácticamente sólo se computan las capturas realizadas por las plantaciones realizadas a partir de 1990. La captura que realizan las masas forestales tradicionales apenas cuenta (desde el gobierno no se ha estimado oportuno hasta ahora apoyar instrumentos que ya se citan en el Protocolo de Kyoto como los programas de gestión forestal mejorada, IFM). Es decir, con este contexto se puede entender, que no justificar, que no se preste atención al carbono capturado por casi este millón de hectáreas. Y ya que he citado al Protocolo de Kyoto, conviene insistir en un hecho tapado por tanto papanatismo acrítico: este Protocolo ha sido especialmente desfavorable con los sistemas forestales situados en bosques templados y países desarrollados. Un ejemplo muy claro es la acientífica hipótesis de la oxidación instantánea (cuando se corta un árbol, el carbono existente se “teletransporta” en ese momento a la atmósfera) y su corolario, la no consideración del carbono en los productos derivados de la madera, importante tanto per se como por sus evidentes implicaciones en la gestión forestal.
Con todo lo comentado no estoy sugiriendo que su inclusión modifique mucho la foto actual del papel de los sistemas forestales en el inventario de gases invernadero. De hecho, siguiendo al citado artículo de Science, parece que a nivel europeo la importancia de los TOF en cuanto a su peso ronda el 2-3%, indicador que puede dar una idea con relación al carbono que pudieran capturar anualmente. No obstante, creo que las normas y contabilidades deben ser consistentes y, con independencia de normativas propias o supranacionales, es preciso conocer con más precisión el papel de estas soluciones climáticas naturales. Este papel es seguro más importante que el reflejado por las estadísticas oficiales. El último dato disponible (avance emisiones gases invernadero en 2022) afirma que el capítulo cuarto (emisiones capturadas por, básicamente, lo que se considera del sector forestal) compensa más del 15% de las emisiones totales del citado año 2022. Además, desde una perspectiva más amplia, el sector agrario (agricultura, ganadería y forestal) ha compensado un 4% de las emisiones totales. Para los fans de términos como el de “cero emisiones” y etiquetas similares, es preciso recalcar que la captura de gases invernadero que realizan los sistemas forestales más que compensa las emisiones procedentes de la agricultura y la ganadería. O sea, que lo rural en el año 2022 no ha contribuido a incrementar los gases de efecto invernadero en España. Estas cifras, que deberían aparecer con alarde tipográfico en muchos documentos y web tanto oficiales como paraestatales, se silencian sistemáticamente, al igual que su origen (no se sabe la contribución por especie forestal o Comunidad Autónoma, por ejemplo). Por último, si he insistido en el tema del carbono es porque me parece la manera más simple de cuantificar hoy en día la importancia de los TOF, además de los datos ya aportados. Sin embargo, soy consciente que algunos miran con mucha más simpatía a los jabalíes fuera del bosque que a los árboles fuera del bosque, pero confío que esta tendencia se modifique en el futuro.