Desde hace tiempo se observa, en medios de difusión y redes sociales, una carrera desenfrenada por imponer unos modelos de gestión forestal basados en una idea radicalmente errónea: no se deben aplicar cortas de regeneración a las masas forestales. Así, no se acepta que se realicen las cortas previstas, e inmediatamente surgen voces promoviendo, por ejemplo, que montes de utilidad pública con un proyecto de ordenación forestal en vigor, ejecutándose cuidadosamente bajo la supervisión técnica de la administración forestal de turno, pasen a no cortarse y se incluyan en la red de espacios protegidos.
Esta pseudocencia, consistente, repito, en despreciar toda la ciencia y técnica acumulada por los profesionales forestales desde hace siglos, se manifiesta en estas reivindicaciones extemporáneas, que responden a intereses egoístas y que se enmarcan en un contexto de permanente acoso al medio rural. Ciñéndome al ámbito forestal, otra variante cercana es el desprecio a la gestión forestal realizada con éxito por manos privadas. En ese caso se exige, sin rubor, la expropiación de sistemas forestales por motivos peregrinos y, obviamente, claramente ideologizados. Una característica común de estos adalides de una (supuesta) naturaleza ideal es que, estos desafortunados planteamientos son propagados por personas sin un mínimo conocimiento de disciplinas como la selvicultura y la ordenación de montes. A pesar de estas carencias, ello no les coarta a pontificar en contra de alternativas de gestión y métodos selvícolas perfectamente testados a lo largo de la dilatada historia forestal que se atesora, tanto en España, como en otros países europeos. Por otro lado, no se debe olvidar que los soldados de esta pseudociencia suelen estar subvencionados por fondos públicos, a diferencia de otros stakeholders, como los propios propietarios forestales, que, en muchas ocasiones, han sido los garantes de la supervivencia de estas masas y de los servicios ecosistémicos que proporcionan.
Volviendo a las cortas finales, por mucho que no les guste, los únicos profesionales formados para tomar decisiones cabales en esa intrigante, compleja y desafiante realidad espaciotemporal en el que se enmarcan las actuaciones a realizar en los sistemas forestales, son los técnicos forestales. Y eso es así porque están educados y acostumbrados a evaluar las consecuencias de posibles decisiones a largo plazo y sobre el terreno (no de forma abstracta). Por ello, imponer que, en muchos montes, la única alternativa posible sea la no gestión, es una aberración científica tan enorme como los eucaliptos de Chavín. Esta imposición, según la cual cortar árboles maduros es ya como una especie de delito ambiental, se basa en el desconocimiento no ya sólo de las técnicas selvícolas, sino también de la realidad más elemental del territorio español. Así, aunque para algunos iluminados ciertos montes españoles presentan atributos similares a los de, por ejemplo, una selva tropical, el hecho es que, según la FAO durante toda la serie histórica existente, la superficie de bosques primarios existentes en España es de cero hectáreas. Es decir, de los más de 26 millones de hectáreas forestales existentes no se computa ninguna como primaria que, a priori, serían claros candidatos a esa no gestión. Por mucho que no lo quieran admitir, todos los sistemas forestales ubicados en España han sido amplia y, en muchas ocasiones, reiteradamente modelados por la acción humana.
Partiendo de esta base, es fácil entender que la norma NO debe ser no cortar en muchos montes, ya que éstos se han desarrollado en función de las acciones que sobre ellos han realizado los humanos. Estas acciones en muchas ocasiones (Proyectos de Ordenación) tenían unos objetivos perfectamente definidos a largo plazo, y en todos los casos, el primero de ellos era garantizar la persistencia de la masa. Pues bien, esa persistencia se conseguía… realizando las cortas que se habían definido y, además de optimizar la estructura de la masa, se obtenían productos que se destinaban a los mercados. Sin embargo, ello no ha sido óbice para no realizar cortas finales, o realizarlas de forma muy tenue, en muchos cantones y cuarteles de nuestros montes cuando se imponían otros objetivos no productivos. Es decir, el gestor sabe cuándo no debe cortar y no hace falta que se le imponga por criterios pseudocientíficos, ideológicos o, simplemente, ñoños, la obligatoriedad de no realizar este tipo de cortas. En definitiva, es como si unos aficionados a la medicina, curanderos del tres al cuarto, homeópatas frustrados o intrusos varios le dicen a un cirujano que sólo puede aplicar técnicas no invasivas para remediar ciertas dolencias.
Por desgracia, esta pseudociencia esta creciendo por el apoyo implícito o explícito que reciben del MITECO[1]. Este Ministerio, por mucho que no lo haya incluido en su acrónimo (igual existe alguna razón oculta), es también el responsable del reto (en este caso, más bien, ruina) demográfico, y, en la dirección de sus actuaciones, resulta perfectamente lógico que trate de apoyar a los que pretenden impedir estas cortas finales. Recordemos que la trayectoria en los últimos meses es frenética: no a la caza, no a la pesca deportiva, no a ciertas plantaciones forestales, no a muchas actividades industriales que, o bien están en el medio rural o bien se abastecen de madera para la elaboración de sus productos, no a la ganadería extensiva (véase la reciente polémica del lobo), no a los toros…. Es decir, basándose en enunciados pseudocientíficos, se apoyan las demandas que unos neocolonialistas urbanos quieren imponer en el ámbito rural según el cual hay que prohibir todo lo que no les guste. En esta línea, hay que recordar dos hechos, a mi juicio relevantes, relacionados con el ámbito forestal y donde este Ministerio ha mostrado su verdadero talante. El primero ha sido excluir a las Universidades del Consejo Forestal Nacional (cuando estaban incluidas en borradores iniciales) y el segundo, más reciente, ha sido el cese de la actividad de la Cátedra de Parques Nacionales, Cátedra que había surgido de la colaboración Organismo Autónomo Parques Nacionales (OAPN) y las Universidades de Alcalá, Politécnica de Madrid y Rey Juan Carlos, y cuyo director era el eminente Catedrático D. Alfonso San Miguel. Pues bien, recientemente, y de la noche a la mañana, se decidió clausurar esta iniciativa mediante la no renovación del convenio. Se debe concluir que, si se promueve la pseudociencia, es necesario eliminar los vestigios de ciencia, aunque sea de esta manera tan bochornosa. Por supuesto, ni el Ministerio de Ciencia, ni el de Universidades, ni la CRUE han hecho, que yo sepa, comentario alguno sobre estos hechos, lo cual, a mi juicio, resulta bastante revelador.
[1] Cuando hablo del MITECO en ningún momento me estoy refiriendo a los excelentes técnicos que ahí desempeñan su labor profesional, sino a sus responsables políticos.