Ante la ola imparable que propugna la descarbonización (a veces, todo hay que decirlo, a escalas poco consecuentes), me voy a centrar en un aspecto que debería tener más relevancia en el ámbito forestal español: prestar mucha más atención al carbono que capturan las masas forestales. Así, y al hilo de recientes publicaciones y noticias relacionadas, se explicará en los siguientes párrafos de forma muy sucinta algunas cuestiones relativas a la contabilización de la captura de carbono que realizan los sistemas forestales y que, como acabo de comentar en nuestro país, pasa, a mi juicio, demasiado desapercibida. Este hecho se puede refrendar, por poner un ejemplo, en el Anuario de Estadística Forestal de 2018 publicado hace pocas semanas, y donde en 103 páginas no se menciona la captura de carbono. Es decir, el carbono capturado por las masas forestales no merece ser recogido en un anuario estadístico del sector.
En síntesis, y según los últimos datos publicados en el año 2018 las tierras forestales capturan el 10% de las emisiones anuales. Por poner un ejemplo, mucho más que las emisiones de todos los procesos industriales en España. Si comparamos el ítem donde se integran las tierras forestales con las emisiones de la agricultura, en el último año dicho ítem engloba una captura que ha compensado el 96% de las emisiones de la agricultura (o sea, el ámbito rural es casi carbono neutral). Por otro lado, y a pesar de continuos escenarios del pánico propuestos por los mismos que afirmaban que España se estaba quedando sin masas forestales, las emisiones provocadas por los incendios forestales suponen un porcentaje muy escuálido del carbono total capturado (aproximadamente entre un 1 y un 2%). Esta circunstancia debe ser recordada junto evidencias empíricas según las cuales cuando se produce un gran incendio ni mucho menos todo el carbono existente en la biomasa vuelve a la atmósfera.
Sin embargo, muchas veces se olvida la génesis de todo este proceso y, donde, el ámbito forestal nunca ha salido bien parado, con el beneplácito incluso de organizaciones que propugnan la defensa de estos sistemas. Por citar sólo tres hechos concretos, en los primeros períodos quinquenales donde se evalúa el desempeño de cada país, centrándose casi exclusivamente en las nuevas forestaciones ocurridas a partir del año base (1990). Por otro lado, se ha considerado una oxidación instantánea de la madera (hipótesis aberrante que implica que cada vez que hay una corta, todo el carbono que forma parte de la madera se emite instantáneamente. Circunstancia que no ocurre ni en los grandes incendios, como acabo de comentar), y tampoco han estimado oportuno en Europa incorporar el carbono capturado por los sistemas forestales en el mercado europeo (EU-ETS). Sin embargo, en relación a este mercado, parece que ya hay voces que abogan para remediar esta situación en los próximos años.
Por otro lado, en España se ha creado un mercado (por desgracia, con resultados muy decepcionantes) con el fin, entre otros objetivos, que los propietarios puedan obtener unos ingresos asociados a este servicio ecosistémico (hasta ahora todo ese carbono procedente de las plantaciones posteriores a 1990 situadas en fincas privadas era nacionalizado in facto por el gobierno). Las últimas informaciones disponibles cifran la superficie de estos proyectos de absorción de carbono en 530ha, y es una muestra de los problemas que surgen a la hora de crear un nuevo mercado sin cumplir las premisas básicas que deben presentar, como es que la información no sea asimétrica.
Con relación al futuro, hace unos días se ha aprobado la línea base que servirá para contabilizar los excesos o déficits en cuanto al carbono capturado por los sistemas forestales en el siguiente semiperíodo de Kyoto (2021-2025). Esta línea base (32.883.000 t CO2 al año) incorpora ya el carbono asociado a los productos forestales, lo cual es de agradecer, pero, a mi juicio, con unos porcentajes, según tipo de producto, tampoco demasiado beneficiosos para los sistemas forestales. En resumen, para que a partir de 2021 la actividad forestal sea un sumando negativo en esa contabilidad, la captura anual deberá ser mayor que la cifra anteriormente expuesta. En esta contabilidad me parece (pero no lo he confirmado) que algunas estructuras forestales como los matorrales igual no presentan la importancia que se merece. Por poner un dato, en Andalucía las formaciones arbustivas capturan el 43% del carbono de los sistemas forestales. Supongo que el buen hacer en estos temas de los técnicos del MITECO corregirán de alguna forma este hecho en el futuro, si fuera menester, y máxime cuando el soporte científico aumenta constantemente. Llegados a este punto quisiera mencionar el espléndido y muy reciente trabajo de Montero et al. (2020), donde se cuantifica de una manera muy rigurosa el carbono asociado a estas formaciones, y que pudiera ser de utilidad a la hora de perfeccionar este cómputo a nivel nacional.
Creo que sería muy útil que los números agregados que justifican la importancia de estos sistemas forestales en cuanto a la contabilidad de este servicio ecosistémico de regulación fuesen mucho más difundidos y que, por ejemplo, no se tomaran ejemplos pigmeos como paradigmas de lo que realmente importa. Me estoy refiriendo, en concreto, en la importancia absurda que se les da a pequeñas plantaciones realizadas o subvencionadas por algunas empresas (todo muy loable, por cierto), pero que se las tilda de “bosques corporativos” o expresiones similares y se viene a decir que una forestación de pocas has, donde pocos miles de árboles capturan carbono, ya constituye un bosque… cuando la realidad nos dice que son muchas miles de ha las que lo hacen, de forma totalmente anónima para mucha gente, y que incluso los mismos que jalean este tipo de denominaciones no admiten que se les denomine “bosques” a muchas de las plantaciones posteriores a 1990. Finalmente, quisiera dejar claro que este tipo de contabilización negativa del carbono (así que recoge a nivel internacional) no se reduce sólo a éstas o potencialmente otras nuevas plantaciones, sino aspectos como la restauración de ecosistemas degradados y que, en su conjunto, pueden suponer una forma muy directa de aumentar la importancia (y los ingresos) del sector forestal.