A lo largo de muchos años ha sido palpable atender los lamentos de muchos integrantes de la cadena que constituye la bioeconomía forestal sobre la poca importancia que tiene el sector a nivel agregado, el desconocimiento de la sociedad hacia muchos servicios ecosistémicos asociados a los sistemas forestales e, incluso, hacia la propia actividad que desarrollan sus gestores. Sin embargo, en los últimos tiempos se está agudizando una conspicua indiferencia hacia muchos aspectos asociados a esta bioeconomía, en ocasiones, promovida por algunos poderes públicos.
La falta de información sobre algunos aspectos claves (por no hablar de ciertas desinformaciones interesadas sobre la gestión forestal) constituye una primera causa que genera esa indiferencia a la que me estoy refiriendo. En unos tiempos donde la información puede venir de forma torrencial, o bien se retiene y menoscaba sin ningún rubor, vemos como en el ámbito forestal las estadísticas son, en general, muy mejorables, y no admiten comparación con los otros componentes de la bioeconomía agraria. Un ejemplo reciente es la publicación de la encuesta de los precios de la tierra ligada a tierras con aptitudes agrícolas y ganaderas y que no tienen un reflejo en el ámbito forestal (recuerdo que supone más de la mitad del territorio). Es decir, no se dispone, en el ministerio correspondiente, de un indicador veraz del valor de la tierra forestal, pero esta carencia se da en otras variables por desgracia muy importantes en la gestión forestal. Igual estoy siendo muy torpe a la hora de buscar lo datos, pero desde hace tiempo me ha llamado la atención como no se difunde el valor monetario de las pérdidas causadas por los incendios forestales. En las estadísticas oficiales hay que bucear un rato para encontrar el último dato disponible… en el año 2015. No divulgar esta información (disponible en los partes de incendios) supone que el ciudadano no puede comparar lo que se gasta de sus impuestos para prevenir y extinguir los incendios frente al valor de las pérdidas económicas asociadas a los mismos, o los costes evitados asociados a estas actuaciones. Ello también genera indiferencia (o algo peor) hacia lo forestal. Por seguir con el paralelismo con las actividades agrícolas, resulta muy sencillo disponer de una estimación sobre el valor de las pérdidas provocadas por siniestros meteorológicos yendo a la web de Agroseguro. Y también se obtienen indicadores del valor de algunas producciones a nivel agregado. Por último, la indiferencia, la desidia y no sé cuántas cosas más aparecen en cómo se difumina (y se expropia de facto) la acción de los sistemas forestales (que computan siguiendo la normativa internacional) como sumideros de gases de efecto invernadero. En concreto, se estima que el 2019 han compensado (sólo lo forestal, excluyendo otras componentes del epígrafe llamado “LULUCF”) más del 10% de las emisiones totales de España o, por poner un ejemplo, el 84% de las emisiones de la agricultura o más del 71% de las emisiones conjuntas de la industria y construcción. Este hecho, si se quisiera prestigiar lo forestal, debería aparecer de forma muy destacada en los organismos vinculados con el fin, entre otros objetivos, de concienciar a la sociedad de la importancia de la bioeconomía forestal. Obviar todos estos aspectos conduce a que mucha gente piensa que los sistemas forestales carecen de valor y la indiferencia causada por estas omisiones pueden constituir un primer paso para justificar acciones indeseadas para los habitantes del medio rural.
En los ejemplos que acabo de poner sólo me he centrado, desde un análisis positivo, en aspectos tangibles que están bajo la responsabilidad del paraguas gubernamental. Ello nos permite colegir el poco interés que despierta en estas instancias la cadena que forma la bioeconomía forestal, desde los propietarios del rural a la mayor de las empresas. Sin embargo, ese desprecio sistemático, así como la presumible idea de forjar un medio rural bajo ciertos criterios excluyentes, sin tener en cuenta la gente, sus derechos, sus propiedades y sus aspiraciones no debería maximizar la melancolía forestal. Al margen de la acción de los poderes públicos, echo en falta una organización mucho mayor de los integrantes de esta cadena. Aunque lo forestal tenga una importancia mínima en el PIB, si se trabajara unido esa importancia se resaltaría mucho más. Ojalá esté equivocado, pero, a mi juicio, la dispersión entre asociaciones, organismos colegiados, iniciativas aisladas, etc. están llevando a que la indiferencia a la que me he referido no se reduzca. En resumen, es posible que haya que empezar con un ente que aglutine todas las informaciones, que ponga y difunda números (que los hay) con el fin de dotar de argumentos sólidos posibles acciones a desarrollar, que explique el efecto de las políticas actuales y futuras y, en definitiva, haga ver a la sociedad que es imprescindible mantener, potenciar y modernizar toda la cadena de la bioeconomía forestal. Renunciar a ello supone contribuir al “ruralicidio” vigente.