Siguiendo con las entradas que periódicamente he dedicado a este tipo de sistemas forestales, tan injustamente denostado en nuestro país, aprovecho esta para centrarme en los últimos trabajos de dos investigadores (Hall y Brancalion) con una más que dilatada trayectoria en estos campos.
Ambos trabajos (uno publicado en Science y otro en Journal of Applied Ecology) parten de un hecho que se está produciendo en muchos países: los numerosos planes a gran escala para fomentar forestaciones, tanto a nivel nacional como supranacional, auspiciados no sólo por gobiernos de todos los continentes (excluyendo el caso de España, no vaya a ser que alguna lumbrera califique de franquista este tipo de iniciativas), sino también por oenegés. Sus tesis se pueden resumir muy esquemáticamente en dos ideas principales. La primera se refiere al hecho de realizar plantaciones sin ton ni son con el objetivo de alcanzar sin más ciertos objetivos en cuanto al número de árboles implicados puede reducir esfuerzos a otras iniciativas loables para cumplir objetivos ambientales a escala mundial, como puede ser la reducción de la superficie deforestada. Como es bien conocido, la forestación masiva de terrenos nunca será la solución del objetivo de reducir las emisiones de gases contaminantes, sino sólo una ayuda para cumplir ciertos objetivos. Por otro lado, la segunda idea incide en algo muy bien conocido en las Escuelas Forestales: la importancia de diseñar actuaciones no sólo referentes al mero hecho de comenzar una forestación, sino a las necesidades selvícolas que van a precisar a lo largo de su vida útil. A título de ejemplo, estas previsiones se incorporaron en los planes de forestación de tierras agrarias de finales del siglo pasado. Es decir, que no sólo importan los miles de hectáreas forestadas, sino que, a largo plazo, las plantaciones cumplan los objetivos previstos inicialmente y no se abandone su gestión pasados unos años.
Como bien indican los autores, las plantaciones son un medio, no un fin, pudiendo presentar diferentes objetivos (no se tienen que circunscribir sólo a maximizar la producción de madera), e, idealmente, deberían aunar en un cierto modo las preferencias de los distintos stakeholders implicados. También se debe tener presente que, en la comparación de la situación anterior (sin forestación) y la situación posterior, las plantaciones forestales no implican que todos los objetivos asociados a la multifuncionalidad propia de un sistema forestal se puedan maximizar a la vez. Existen siempre trade-offs entre ellos, y los gestores deberían evaluar dichos trade-offs y sus implicaciones a los stakeholders implicados. En resumen, no se pueden alcanzar puntos ideales ni en cuanto a los objetivos planteados ni en cuanto a la mejor solución posible para cada uno de los grupos sociales afectados.
Pero lo dicho hasta ahora no debe suponer ningún menoscabo para la existencia o expansión de estas formaciones forestales, siempre y cuando cumplan las ideas arriba mostradas. Resulta bastante triste comprobar como en España las estimaciones (sólo medidas en unidades de superficie) que ofrece el reciente documento de evaluación de recursos forestales mundiales editado por la FAO (2020) muestran un estancamiento (o ligera reducción) en cuanto a la superficie de las plantaciones forestales desde el año 2010, mientras que a nivel mundial esta superficie se ha incrementado un 11,64% en el período 2010-2020. Es decir, ni los tímidos (e ineficaces) planes para fomentar la absorción de gases de efecto invernadero ni, en otros casos, la iniciativa privada ha conseguido que esta superficie se incremente. Una pena, y ello supone, a mi juicio, la constatación de un empobrecimiento del sector forestal en España.