A pesar de que desde las últimas décadas del siglo pasado se empezó a hablar con fuerza sobre procedimientos para optimizar la captura de carbono en terrenos forestales, sí que es cierto que en los últimos años todo lo que se está moviendo alrededor del carbono supera muchas previsiones. Al convertirse en una suerte de “commodity”, su interés ha desbordado el propio ámbito forestal y se ha extendido a otros ámbitos, por cierto, bastante dispares. Dicho lo cual, todo lo que sea atraer conocimiento, talento, interés e inversión es positivo para este sector, pero también conviene señalar que cuando un mercado se encuentra en un estado inicial pueden surgir ciertas disfunciones. Estos “problemas juveniles” se pueden convertir en ciertos lastres futuros si no se tienen en cuenta ciertas realidades. No obstante, a mi juicio, la principal novedad es que los terrenos forestales están siendo un cierto sumidero… de inversiones. Dichas inversiones pueden ser sospechosas, extravagantes (como ciertos drones mágicos), medidas en unidades absurdas (número de árboles), pero también las hay con un plan de negocio claro, y esas se deberían canalizar adecuadamente. Esta situación no ha sido lo común en las últimas décadas y es por lo que se deberían poner los cimientos para que esta ola redunde en una consolidación del sector forestal, tan necesaria si se quieren cumplir objetivos relacionados, por ejemplo, con el reto demográfico.
Conviene insistir en que en toda esta vorágine a la que estamos asistiendo para contabilizar el carbono asociado a los sistemas forestales para compensar emisiones se están mezclando no sólo un conjunto muy variado de intereses, sino de realidades privadas con distintas regulaciones (existentes o aún en falta). Además, y esto es muy importante, se olvida muy frecuentemente la multifuncionalidad de los sistemas forestales y, sobre todo, la existencia de distintos horizontes temporales vinculados a los actores que intervienen en este proceso. Esta circunstancia, repito, puede pasar desapercibida pero, a mi juicio, es clave. En efecto, están coexistiendo intereses empresariales con un objetivo concreto y que tendrán una determinada duración. Dicho lapso temporal no tiene por qué coincidir, por ejemplo, con el turno previsto de esas nuevas forestaciones. Y esto obliga necesariamente a abordar desde el principio las nuevas forestaciones desde diversos puntos de vista, sin pensar únicamente en el período de referencia asociado al proyecto de absorción, sino en qué tipo de masa se quiere alcanzar más allá de esos hitos legales. El largo plazo inherente a las inversiones forestales puede convertirse en una debilidad porque se pueden producir cambios tecnológicos o legales que puedan abortar o disminuir esta inyección de recursos a zonas donde no abundan las inversiones. Y si saco a colación el cambio tecnológico es por dos motivos. El primero es que continuamente se omite en muchos análisis relacionados con el cambio climático, y, por otro lado, en el ámbito forestal sólo se aprecia en la ilusionante aparición de nuevos productos derivados de la madera. Sin embargo, y aunque hoy en día sea anecdótico, ya hay empresas trabajando en otras formas de capturar carbono y que pudieran lograr, a cierta escala y en ciertas condiciones, competir en el futuro con la captura de carbono de origen forestal.
Por otro lado, conviene tener en cuenta es que no basta abordar los aspectos relacionados con el carbono en tierras forestales sólo desde un punto de vista monocriterio y, además, monolítico. Así, desde el inicio es preciso integrar en el análisis otros servicios ecosistémicos presentes en el horizonte temporal de la plantación dedicada a estos menesteres, y, además, posibles relaciones con otros sectores como los industriales. Si a esto le unimos el largo plazo inherente a estas inversiones y las legítimas preferencias de diferentes stakeholders, nos encontramos ante un problema mucho más complicado que lo mostrado hasta ahora. Dada esta complejidad, continuamente están apareciendo trabajos muy interesantes bajo diversas ópticas. Sería ilusorio citar todos, pero me voy a referir sólo a algunos muy recientes. Dejando a un lado los aspectos de medición relacionados bien con infraestimaciones de la captura de carbono en ciertos rodales ingleses, o bien con problemas en California sobre menor captura de lo esperado en proyectos ya registrados, me voy a referir a otros trabajos que me parecen muy interesantes.
El primero de ellos se refiere a la realidad finesa, y los autores reflexionan sobre el impacto que, sobre temas de mitigación del cambio climático, puede tener un incremento en el uso de la madera tanto en la construcción como en el sector textil. Se plantean escenarios a largo plazo que incluyen el efecto de las reducciones de las emisiones en otros sectores más contaminantes. Teniendo todo ello en cuenta, un incremento en el consumo de madera (30%) en 2050 conlleva… un aumento de las emisiones en 2050. Es decir, se infiere que los análisis de este tipo deben vincular el corto y el largo plazo y no considerar las industrias forestales como islas en una economía. Por otro lado, volviendo a las forestaciones incluidas en el Registro español, me ha llamado la atención en algunas de ellas las especies empleadas y los lugares donde se han admitido. Aunque no estamos hablando de un mercado voluntario, mis dudas recaen sobre la condición de adicionalidad necesaria en dichos mercados. Albergo serias dudas con relación a si algunas de ellas no se podrían llevar a cabo sin estos proyectos. Esta es una cuestión debatida y, a veces, complicada de abordar. Sin embargo, algunas iniciativas en otros países intentan incidir en ello. Merece especial atención un reciente informe oficial australiano, donde se modula y restringe la condición de “adicionalidad”. Además, se fija mucho en los otros servicios ecosistémicos asociados a estas actuaciones (frecuentemente llamados “co-benefits”, pero prefiero evitar esta nomenclatura) con el fin de que los créditos presenten una mayor calidad. Por último, esta llamada a la multifuncionalidad, a replantearse la gestión forestal, es una de las conclusiones de un reciente editorial firmado por prestigiosos investigadores forestales donde se advierte del peligro de pensar en los sistemas forestales como algo suficiente para combatir el cambio climático y que no va a ser afectado por el mismo.
Si nos centramos en el caso de España, se puede comprobar cómo el interés suscitado por este tipo de inversiones no se encuentra a la par de un esfuerzo por parte de las autoridades. En efecto, tenemos un pseudomercado denominado registro de proyectos de forestación inmerso en un esquema de nacionalización del carbono que cumple con los requisitos del Protocolo de Kyoto. Una persona interesada en entrar en dicho pseudomercado no conoce el precio al que se está transaccionando cada tonelada y enmarcado en un contexto alejado del ámbito forestal. Aunque se les llene la boca hablando en las recientemente aprobadas “Estrategia Forestal Española” y “Plan Forestal Español” de “mercados de carbono”, lo cierto es que ni están ni tienen visos de estarlo, atendiendo al borrador de la modificación del RD de Huella de Carbono. No es el momento de hablar de estos documentos, pero son bastante decepcionantes si se pretende disponer de herramientas útiles y efectivas para una verdadera gestión forestal integral y multifuncional, no una gestión “por parroquias” donde cada parcela administrativa imponga su visión parcial a la propiedad. Y no me estoy refiriendo a los favorecidos observatorios de la sostenibilidad insostenible y sus “fakes masivos”. Por último, contraponiendo esta realidad y, a modo de ejemplo, debo comentar otra noticia reciente según la cual el gobierno portugués va a crear próximamente un mercado voluntario de carbono, lo cual resulta bastante relevante, dado el color político del mismo. Que cada uno saque sus propias conclusiones al respecto.