Como bien es sabido, y se ha comentado en numerosas ocasiones en este blog, los distintos sistemas forestales aportan a la sociedad un amplio número de servicios ecosistémicos, nomenclatura, por cierto, tan actual y vigente como desconocida por el gran público. A pesar de ello, no se suele discutir la importancia de los distintos servicios de provisión, de regulación o culturales que continuamente se generan en estas zonas. Sin embargo, se observa fácilmente cómo existen visiones opuestas en lo que conviene sublimar, respetar y mejorar con relación a las tierras forestales. De forma sucinta, y por diferentes motivos, parece que lo que se conoce relacionado con los bosques, lo que se transmite por parte de las voces autorizadas al respecto y lo que se capta por parte de amplios sectores de la sociedad, no está alineado. Así, además de ciertas carencias desde el ámbito forestal conviene señalar, a modo de denuncia, la labor interesada de ciertas organizaciones especializadas en apropiarse de un discurso único y excluyente relativo a cómo deben gestionarse estos recursos.
Sin embargo, y siguiendo las clasificaciones más exhaustivas, a pesar de la oferta bastante amplia de servicios ecosistémicos vinculados directamente a las masas forestales, que, en teoría, son los legítimos cauces para que el capital natural vinculado a estos sistemas satisfaga las demandas que presenta la sociedad, siempre a través de la interacción con las otras formas de capital, su conocimiento es exiguo por parte de amplios estratos de la sociedad. Esta oferta, obviamente, está o debe estar en consonancia con las preferencias de la propiedad, y bajo una supervisión técnica perfectamente pautada y transparente. Sin embargo, se puede afirmar que este conjunto de bienes y servicios (con y sin precio de mercado) se valora de forma ínfima por amplios sectores de la población. No dispongo (ni conozco que existan) encuestas ad hoc al respecto, pero, comprobando ciertos indicadores fáciles de cotejar, los sistemas forestales aparecen, como puede parecer lógico, vinculados a externalidades negativas como los incendios forestales, pero, en muy pocas ocasiones se les atribuye su papel como proveedores de un amplio conjunto de externalidades positivas. Es decir, parece que para, al menos un segmento de la población, los sistemas forestales están mal gestionados y por eso se producen incendios, su superficie está decreciendo, todos los servicios de provisión bióticos no deben considerarse, y la única opción es la no gestión. No sólo eso, sino observando de forma simultánea todo el conjunto de superficie forestal de España, polémicas bastante artificiales, como la de las especies invasoras, no autóctonas o exóticas presentan en la opinión pública un calado igual o mayor que los beneficios asociados a servicios ecosistémicos de regulación como, por ejemplo, el control de la erosión. Parece que se prefiere incidir, cuando no sacar fuera de contexto, ciertas realidades con el fin de dar una imagen menos amable, olvidándose de los beneficios que aportan los montes a la sociedad. Un ejemplo claro es la poca difusión del porcentaje de emisiones anuales de gases de efecto invernadero que compensan, según los inventarios de emisiones correspondientes, los sistemas forestales. En definitiva, con estos hechos, se debería proponer un discurso diferente para cambiar estas percepciones negativas de la realidad forestal, bien por acción o por omisión.
Este tipo de actitudes lleva, por parte de sectores de la sociedad, a actitudes contradictorias como la de exigir el fomento del uso de la madera en la construcción, a la vez sermonear sobre las ventajas de la economía circular, pero simultáneamente escandalizarse ante cualquier corta final o aprovechamiento que se produzca en nuestros montes, aunque, por ejemplo, presenten un sello que garantiza una gestión certificada. A mi juicio, una posible causa de todo ello es la distorsión que producen algunos grupos, muchas veces con un apoyo claro de organismos públicos, que consideran que los sistemas forestales deben ser gestionados en función de las preferencias de un conjunto de ciudadanos que ellos deciden (neocolonialismo rural), y sin tener en cuenta los habitantes del territorio (otra contradicción si, por ejemplo, nos acordamos del nombre completo del Ministerio donde recalan las competencias sobre los sistemas forestales). Esta forma de encumbrar sus intereses trae como consecuencia una falta de visión de conjunto, y ello, por reducción al absurdo implica que la única forma de gestión posible, y la más fácil de normativizar, sea la no gestión, es decir, prohibir las cortas en las masas forestales. Sobre esta circunstancia también se ha hablado en entradas anteriores, pero conviene resaltar que, sin considerar la evolución dinámica de las masas forestales y su efecto en el paquete de servicios ecosistémicos presentes en un sistema forestal a largo plazo, la alternativa de no gestión no puede justificarse con argumento científicos en, al menos, un amplio número de ocasiones en las que se propone.
Volviendo a la idea de servicios ecosistémicos, voy a centrarme en uno muy extendido, apreciado y tradicional, y que en los últimos años se ha revitalizado gracias a ciertos estudios que vinculan mejoras en la salud humana con el hecho de pasear por los sistemas forestales, bien sean urbanos o bien se encuentren en zonas rurales. Esta tendencia, que bien podría monetizarse en, al menos, alguna casuística, se suele contemplar desde una óptica neocolonialista hacia el rural: los sistemas forestales deben estar pensados exclusivamente para el disfrute de los citadinos, aunque algunas de sus derivaciones (motos, bicicletas de montaña, etc.) puedan causar molestias a los habitantes del rural porque, entre otras realidades, no siempre se respetan los derechos de propiedad. Sin embargo, este neocolonialismo esconde otra vertiente todavía más excluyente: el no reconocimiento de los valores de no uso que los sistemas rurales ofrecen a sus habitantes. Un ejemplo, también comentado en otra entrada, tiene que ver con el valor de no uso vinculado a los animales. Mientras cualquier citadino exacerba el valor de existencia de sus mascotas, no se admite ni se permite que un ganadero tenga un valor homólogo con sus animales domésticos. Por otro lado, tampoco nunca se integran las preferencias de los habitantes del rural con relación a aspectos como el recreo. Éste sólo debe ser modulado en función de los deseos de los prepotentes habitantes de las ciudades. Salvando las distancias, esto sería como si un gran club deportivo, con millones de seguidores en todo el mundo tuviera que realizar una gestión que olvide y margine a los socios que cada fecha acuden al estadio o pabellón correspondiente en beneficio de los aficionados no presenciales, o no habitualmente presenciales.
La ruptura de este contrato social implícito entre los habitantes del rural y de las ciudades no es fácil de enmendar, pero sí estoy seguro de que aspectos como (la lista no es exhaustiva) la mejora en aspectos como la difusión de realidades científicas, la comunicación efectiva, y la existencia de informaciones estadísticas veraces y apropiadas pueden ayudar a que las visiones sean más integradoras y no tan contrapuestas. Un ejemplo que me viene a la cabeza serían las ventajas (aunque no dispongo de datos globales, creo que estas han superado a los inconvenientes) del establecimiento de permisos micológicos en amplias zonas de España. Creo que esta medida ha fomentado el conocimiento de los sistemas forestales, su cuidado y el aumento de valores de no uso asociados a los visitantes. Nótese que ahí sí que se diferencian a los recolectores locales de los foráneos, no excluyendo, por tanto, a la población local y sí integrándola de forma eficiente en la toma de decisiones. Este tipo de acciones a nivel local con otros servicios ecosistémicos podrían ayudar a formular un discurso más eficaz ante la opinión pública. No obstante, para todo ello sería muy útil disponer de valoraciones del mayor conjunto de servicios ecosistémicos, al nivel más desagregado posible, pero de todos los sistemas forestales. Los borradores que están circulando con relación a la futura Estrategia Forestal Española y al próximo Plan Forestal Español se hacen cargo nominalmente de esta necesidad, aunque habrá que esperar a disponer de los documentos definitivos para emitir una opinión más coherente al respecto.