Como ya he comentado en anteriores entradas de este blog, la complejidad creciente a la hora de abordar problemas de gestión forestal obliga a manejar muchas informaciones, de carácter variado, y vinculadas a diversos objetivos que habitualmente presentan un cierto grado de conflicto. Pero esto no basta. Hay que acometer acciones a medio o largo plazo sin, habitualmente, disponer de toda la información, y, por otro lado, aunando distintas sensibilidades. Por todo ello, no resulta suficiente fiarse de un solo dato o medición, una sola salida de un programa de ordenador o la última actualización de un inventario realizada a través del sistema de apoyo a la decisión más avanzado. Tomar así las decisiones no sería lo más adecuado ni en lo forestal ni en cualquier otro ámbito: una foto fija no es suficiente.
En el ámbito forestal ya no es que en muchas ocasiones se desprecie el conocimiento adquirido durante siglos, sino que se pretenden imponer decisiones con justificaciones pueriles y risibles basadas en informaciones no contextualizadas. Así, estamos habituados a ver que se toman decisiones estratégicas basadas en datos que sólo apoyarían medidas coyunturales y no estructurales. Por ejemplo, si un año ocurre la desgracia de que se produzcan más incendios de lo habitual (que la superficie quemada tienda a cero es un ideal, no una posibilidad), dirán los voceros ignorantes de turno que España se quema y que hace falta más inversión en acciones para mitigar esta lacra. Es decir, la foto fija de ese año debería justificar acciones de política forestal en el futuro. Si aparece una foto de un aprovechamiento perfectamente encuadrado en su correspondiente documento de gestión, surgirán necios que digan que eso es un atentado contra la naturaleza y que deberían prohibirse las cortas en esa masa. E incluso algún político populista les dará el gusto de proponer esas medidas. Estos ejemplos que he puesto son muy evidentes, pero hay otros que presentan una mayor complejidad.
Así, todo lo que lleva a promover la no gestión, o sea, no ejecutar las cortas finales previstas según documentos técnicos refrendados por la Administración correspondiente, se basa en este tipo de argumentos. Sin embargo, el problema viene al considerar que si no se producen las cortas de reproducción previstas la foto fija de esa unidad de gestión se perpetúa en el tiempo. Ello, en muchas ocasiones, constituye un error de colosales dimensiones y está llevando a problemas que afectan a ciertas especies animales que se pretendía proteger a toda costa, como bien ha señalado el Prof. Juan Andrés Oria de Rueda en un tweet reciente: al cerrarse la masa, el alimento escasea y especies emblemáticas están desplazándose de esas zonas. También parece que el urogallo puede estar sufriendo este problema. Lo mismo pasaría con las consecuencias de perseguir unos montes envejecidos y que se acerquen a estructuras forestales no vistas, no estudiadas, y no medidas en las masas españolas. ¿Es racional orientar una gestión suponiendo que no cortar no va a tener efectos en cuanto al riesgo de incendios, la regeneración de la masa o que la madera muerta existente en el rodal correspondiente es un criterio a maximizar? Este problema de considerar sólo la foto fija del momento también se aprecia en sentido contrario. Por ejemplo, se critica una plantación de eucalipto (ya se sabe, la xenofobia botánica de turno) por una foto sin conocer su origen. Es posible que si el punto de partida fuera, por ejemplo, un terreno agrícola abandonado, dicha plantación pueda ser una alternativa paretianamente eficiente según varios criterios antes que perpetuar dicho abandono.
Otro tema asociado con la foto fija es el cambio de uso de terrenos rurales con el fin de instalar eriales de placas solares o estructuras eólicas desmesuradas. Que la luz presente unos precios disparatados y que haya que cumplir unos objetivos ambientales a nivel país (foto fija) no justifica nuevas laxitudes en la normativa que favorecen estas instalaciones sin profundizar más en sus consecuencias. Explicaré este hecho acudiendo a los documentos de gestión forestal. En ellos es imperativo desde hace muchas décadas incluir un apartado que se denomina “estado socioeconómico” y, entre otros apartados, hay que describir condiciones de la comarca donde se sitúa dicho monte objeto de ese proyecto de ordenación. Pues bien, esas condiciones pueden variar con el transcurso del tiempo y eso tendrá consecuencias tanto por el lado de la oferta como de la demanda de los distintos servicios ecosistémicos que proporciona. Es decir, aquí las decisiones se pueden tomar ayudándose con las informaciones obtenidas a lo largo del tiempo, no de un momento dado. No tengo experiencia en la realización de documentos que justifiquen las instalaciones arriba señaladas. Simplemente me he tenido que leer algunos y no me ha quedado claro que resulte obligatorio adjuntar un documento similar al que existe en los documentos prescriptivos de gestión forestal. Creo que, viendo el problema del abandono del medio rural, resultaría inconcebible su omisión. De la misma forma que parece sensato exigir un estudio de impacto ambiental previo, también lo sería el de un impacto socioeconómico en la comarca, centrándose, entre otros aspectos, en cómo afectará a las actividades productivas del medio rural y sus consecuencias en la población.
Por otro lado, en otras ocasiones, la idea de imponer una norma o una política determinada basada en una foto fija conlleva, además, manipular las preferencias de los distintos stakeholders para argumentar dichas decisiones (recordemos el bochornoso caso de la agregación de preferencias para justificar la prohibición de la caza del lobo). Pero no sólo es eso, sino que quienes toman estas decisiones en ámbitos donde los horizontes de planificación se dilatan en el tiempo se arrogan las preferencias de las generaciones presentes, y… ¡futuras!, lo cual constituye un genuino disparate. Para acabar, me gustaría insistir tanto en la dificultad de acertar con la gestión adecuada en cada momento, como en la necesidad de que esa toma de decisiones permita no basarse en la dictadura de una foto fija, sino en el estudio continuo y sosegado de las implicaciones de cada medida a adoptar, y máxime en un contexto de cambio climático. Utilizando un lenguaje del mundo de la optimización, se debería sustituir la idea de imponer, explícita o implícitamente, restricciones duras (“hard constraints”) por restricciones blandas (“soft constraints”).