Desde hace unos años, coincidiendo con la publicación de datos oficiales del Inventario Forestal Nacional, se ha venido produciendo un goteo de artículos y noticias sobre el paulatino e importante aumento de la superficie forestal en España durante las últimas décadas (aproximadamente un 33% en los últimos 25 años). Este incremento de la superficie forestal se está produciendo, como bien se señala en recientes trabajos (The Economist, 30 de noviembre de 2017) en la mayoría de los países de la UE (una desgraciada excepción es el caso de Portugal), e incluso en algunos de ellos comienzan a aparecer conflictos por la competencia entre diversos usos. Por ejemplo, se afirma en esta línea que en algunos países como Irlanda los objetivos en cuanto a la superficie forestal prevista para dentro de pocos años son excesivos. Sin embargo, conviene recordar que periódicamente aparecen noticias en una línea catastrofista en el sentido que España se está convirtiendo en un desierto y afirmaciones similares. Llegados a este punto conviene señalar que, por supuesto, la desertificación es uno de los problemas más graves que se tiene hoy en día en nuestro país y que, en mi modesta opinión, no se le dedica el mismo tiempo, atención y recursos que a otros problemas ambientales. Sin embargo, pese a que en algunas zonas se produce este grave problema, en muchas otras se está incrementando la superficie forestal, aunque cada vez que los incendios forestales son noticia se afirme repetitivamente que España se está quedando sin bosques. También se olvida sistemáticamente que el Plan Forestal de España recogía una previsión según la cual en el año 2031 la superficie forestal repoblada se debería haber incrementado en 3,8 millones de ha, en comparación con el año 2001.
Traigo a colación el hecho del incremento de la superficie forestal porque un estudio reciente a nivel europeo pone de manifiesto en los últimos aproximadamente 10.000 años el ritmo de deforestación que ha sufrido en continente europeo merced al avance de la agricultura en detrimento de la superficie que ocupaban las masas forestales. Este avance no ha sido homogéneo y tampoco las sistemas forestales eran los mismos en el norte y en el centro de Europa (zonas estudiadas con más detalle en este artículo), pero se puede conjeturar que las superficies forestales han tocado mínimos hace relativamente poco tiempo. Es decir, que el hombre desde que empezó a dominar las técnicas más básicas de la agricultura comenzó a deforestar sistemáticamente gran parte de la superficie forestal que existía en Europa centenas de siglos atrás. Todo este dilatado lapso de tiempo ha conducido a que estemos aún hoy en día muy cerca del mínimo en cuanto a la superficie forestal que, según el artículo anteriormente citado, varía en cada país, pero se remonta a pocos siglos atrás.
Creo que es muy importante resaltar este hecho porque gran parte de la opinión pública tiene una visión demasiado idealista (a veces incluso naif) sobre los sistemas forestales que pueblan nuestro mundo rural. Se piensa que las masas forestales que se están conservando son una especie de relicto de bosque primario al que no se le puede tocar ni una rama de un árbol. Pues bien, este artículo incide en algo que los forestales tenemos muy claro: analizando la historia y los datos disponibles resulta escandalosamente raro que en España se produzca esta circunstancia. Es decir, los montes actuales han sido testigos del paso de diversas civilizaciones, han sufrido incendios, una presión ganadera muchas veces desmesurada, y, en definitiva, el hombre ha moldeado su estado actual. Pretender hacer algún tipo de política forestal obviando este hecho constituye un error mayúsculo.
Pues bien, esta idea tan simple no ha cuajado en mucha de la normativa que intenta gestionar estos sistemas forestales. En resumen, muchas veces se ha optado por la solución más fácil (prohibir cortas y actuaciones selvícolas, o prohibir otros aprovechamientos) sin tener en cuenta que, en muchas ocasiones, pueden coexistir objetivos de conservación con otros más vinculados a la producción sin que por ello se pueda poner en riesgo la existencia o el futuro de dichos sistemas. Esto lo tienen muy claro en otros países avanzados, donde se permiten este tipo de intervenciones en bosques con elevados niveles de protección. Por poner un ejemplo de esta normativa, nos encontramos que en montes emblemáticos del Sistema Central se han prohibido las cortas comerciales a pesar de que coexistían sin grandes problemas los objetivos de conservación y producción. Esta decisión va a conllevar a unas masas de pino albar con turnos físicos, que podrían llegar hasta los 300 o 400 años antes de su muerte… y que no se tiene ninguna experiencia de cómo se debe gestionar… porque actualmente no existen en nuestro país masas de este tipo.