Una de las decisiones básicas asociadas a la gestión forestal es la correcta elección del turno (por favor, nunca “turno de corta”, redundancia a evitar), o, para simplificar, la edad a partir de la se producen las cortas de regeneración en el sistema forestal analizado. Esta decisión hace líquida la inversión, si el objetivo es claramente productivo, provoca el inicio de la regeneración de la masa, y fija las actividades selvícolas futuras. Además, esta elección siempre debe estar en consonancia con las preferencias de la propiedad. Estas líneas supongo que ya aburrirán a algunos forestales que me lean, pero considero oportuno reivindicar y actualizar su papel, en estos tiempos donde cortar un árbol está muy mal visto, incluso si se produce dentro de una planificación racional del monte en cuestión.
Dejando a un lado las masas irregulares pie a pie, y centrándonos en el resto de los casos, lo primero que conviene resaltar es que nos encontramos ante un concepto maleable, un indicador que no debe ser taxativo y que, bien utilizado, se convierte en una herramienta decisiva para el éxito de la gestión forestal. Por otro lado, en la actualidad se produce la paradoja que, en unos tiempos donde la precisión se ha incrementado en muchas actividades forestales, la noción de turno es mucho más flexible que hace varias décadas, y se permite, afortunadamente, un campo de actuación justificado en cada caso por el gestor. Y no me estoy refiriendo a fijar el turno en modelos matemáticos de planificación forestal, donde habitualmente se establece una horquilla (no una única edad predeterminada), según la cual es lícito proceder a las cortas finales en la masa. En definitiva, en muchas ocasiones la idea de turno ha evolucionado desde considerarse una suerte de restricción rígida (“hard constraint”, en lenguaje de programación matemática) hacia una restricción blanda (“soft constraint”). Es decir, se ha relajado la idea de un turno inamovible tanto en el tiempo como en el espacio: no toda la masa debe presentar la misma edad de corta.
Para una determinada unidad de manejo, el cálculo de su turno se puede acometer como la elección de posibles edades de corta dentro de un intervalo temporal que puede no estar acotado superiormente, en el sentido que coincidirá con la muerte del árbol (el llamado turno físico). Es decir, el turno físico es un caso particular de la elección del turno y constituye una herramienta siempre disponible desde el punto de vista del gestor. El límite inferior, salvo circunstancias especiales, quedará definido por un determinado tamaño de los árboles o por su capacidad de producir semilla fértil. Una vez fijado ese intervalo (que no tiene porque ser el mismo para todas las unidades de manejo fijadas inicialmente), se deberá elegir un subconjunto de este donde se pueden producir las cortas de regeneración. Es en este momento donde entran en juego las preferencias del propietario, con independencia de su titularidad, ya que determinarán, junto con otros factores, dicho subconjunto. Tradicionalmente dichas preferencias se simplificaban atendiendo a principios bien exclusivamente forestales (soluciones que buscaban maximizar el crecimiento medio de la masa), bien económicos (eligiendo aquella edad que maximizaba, bajo ciertas condiciones, la rentabilidad absoluta de la inversión), o bien tecnológicos (se buscaban ciertas dimensiones o características técnicas del producto final).
Me he referido a la palabra “tradicionalmente” porque las definiciones primigenias para elegir el turno asumían escenarios donde, o bien la producción de madera era el objetivo principal, o bien el resto de los objetivos se supeditaban al anterior. Si embargo, desde hace unos cuantos lustros los sistemas forestales son vistos bajo una perspectiva de uso múltiple o, si se quiere matizarlo, como proveedores de diversos servicios ecosistémicos. Ello implicaría incluir en el análisis otro tipo de informaciones, de restricciones y de otros condicionantes que también afectarían a las actividades selvícolas propuestas. Y, como se puede intuir, ello conlleva a una mayor complejidad en la planificación. Habitualmente, quien debe tener todo esto en cuenta, y así tomar la mejor decisión posible de acuerdo con lo anteriormente comentado, es el gestor forestal. Él atesora una visión de conjunto que generalmente se les escapa a otras personas interesadas en influir en dicha gestión. En definitiva, para cada unidad de manejo se podrá definir un turno distinto, turno que no debe cerrarse a única edad, pero que deberá estar acompasado con las decisiones que se tomen en unidades de manejo contiguas. Como se puede apreciar, no es tan sencillo como obligar por defecto a turnos físicos, paradigma de la “no gestión” que propugnan algunos defensores de un relato acientífico, vetusto e impregnado de posturas maximalistas. No voy a repetirme sobre ello, pero sí que conviene insistir en que lo que pudiera (hipotéticamente) ser bueno para un determinado servicio ecosistémico, no lo es para otros, y reducir la multifuncionalidad de algunos sistemas forestales imponiendo turnos físicos puede acarrear problemas a la larga, máxime cuando no se justifica adecuadamente.
Otro aspecto que me gustaría destacar es que en su cálculo muchas veces se incluye el adjetivo “óptimo” porque se busca una solución óptima al problema. Y en esta solución óptima presenta gran relevancia la integración de parámetros de naturaleza económica, ya que se introducen aspectos externos al crecimiento de las masas, incluyendo componentes básicas en cualquier análisis de inversión. Un ejemplo claro de ello es la tasa de descuento que, sin duda alguna, es el factor que más influye en la determinación de estos turnos económicamente óptimos. Conviene recordar que dicha solución óptima ya había sido apuntada por un Martin Faustmann, un insigne forestal alemán en 1849, y que la ciencia económica, después de muchas posturas encontradas, ha logrado aceptar, merced al trabajo del Premio Nobel Samuelson en 1976. El Profesor Carlos Romero ilustra magistralmente en su libro “Economía de los Recursos Ambientales y Naturales” estas cuestiones. También conviene insistir en que bajo esta perspectiva también se justifican rigurosamente soluciones como el turno físico, tal y como lo demostró Hartman en el año 1976 incluyendo, bajo ciertas hipótesis, en el análisis el servicio ecosistémico asociado al disfrute recreativo en los sistemas forestales: para ciertos valores anuales de esta componente, la solución óptima es no cortar la masa. Es decir, para sorpresa de muchos, la ciencia económica justifica en ciertas ocasiones la adopción de un turno físico.
En definitiva, la correcta elección del turno se constituye en una de las mejoras herramientas que dispone el gestor para integrar la flexibilidad en el manejo forestal. Insisto en el concepto de flexibilidad porque, de hecho, en ningún momento me he referido a respetar una obligatoriedad de perpetuar un turno inicialmente elegido. Esta flexibilidad debe tomarse no como algo dogmático, sino como uno de los pocos recursos al alcance de los técnicos para intentar responder a los cambios de preferencias que experimenta la sociedad en su relación con los sistemas forestales. Esos cambios, además de conllevar una mayor complejidad en la gestión, pueden llevar a modificaciones radicales en lapsos de tiempo que igual no abarcan una cuarta parte del turno de algunas especies, y, como resulta fácil de entender, los montes no son maquetas cuyas piezas se pueden quitar, sustituir o reemplazar de golpe cada treinta años. Finalmente, como he comentado anteriormente, resulta bastante incongruente que algunos, en aras de un ambientalismo trasnochado pretendan justo lo contrario: imponer en muchas masas con turnos dilatados un único turno y que este sea el físico. Si se me permite el símil, es como si a un bodeguero se le obligara a que todo el vino embotellado no saliera nunca de su almacén.