Dentro del ámbito forestal, uno de los temas que más está apareciendo en los medios de información durante los últimos meses tiene que ver con las propuestas para forestar cientos de hectáreas en terrenos, bien sean no forestales, o bien sean forestales abandonados, o simplemente no forestados. Aunque las motivaciones por iniciar una forestación pueden ser diversas, más allá de la clásica distinción entre repoblaciones productoras y protectoras, sí parece claro que las forestaciones con objetivo de incrementar el carbono capturado por los sistemas forestales pueden ser un nuevo nicho de mercado en este proceloso ámbito. Y digo nicho de mercado porque, como resulta fácil de pensar, están apareciendo nuevas empresas focalizadas en este tipo de actividades, proponiendo algunas de ellas una suerte de disrupción tecnológica en la forma sobre cómo instalar la plantación (por ejemplo, siembra con drones). En el fondo, aquí se están vinculando objetivos y estrategias empresariales con técnicas selvícolas, por lo que convendría realizar unas reflexiones en este sentido.
Cuando se inicia una nueva forestación, se deben considerar múltiples aspectos (preferencias de la propiedad, entorno legal, elección de especies, etc.), pero, en el caso del carbono es necesario tener en cuenta unas ciertas singularidades. El primero es que el mercado de carbono está poco desarrollado, presenta múltiples incógnitas, y el apoyo institucional es nimio. Basta recordar que hay miles de hectáreas de plantaciones realizadas después de 1990, que han computado según los parámetros de Kyoto como sumideros, y donde el propietario no ha recibido un euro por este servicio ecosistémico. Si se iniciara una forestación pensando que el objetivo principal pueda ser un servicio de provisión (madera, productos forestales no madereros), suele existir información sobre el precio del bien. Cuando el objetivo principal de la forestación es la captura de carbono, esto no es así, ya que es un mercado opaco por decisión gubernamental. Además, tampoco abunda la información sobre el modelo de forestación a seguir. Me estoy refiriendo desde el marco de plantación más adecuado para cada especie o la selvicultura óptima para alcanzar la máxima captura de carbono.
Pero, con independencia del objetivo de la forestación, conviene resaltar que una forestación no es sólo el establecimiento de la masa, bien sea por siembra, por plantación o por otras técnicas, sino lograr, al cabo de unos años, una masa forestal que cumpla los objetivos de la propiedad y que presente unas aptitudes en consonancia con dichos objetivos. Ya que he hablado de distintas formas de establecimiento, me ha llamado la atención un artículo reciente donde se ha hecho una revisión de actuaciones en zonas tropicales y donde la siembra directa (método que se intenta revitalizar mediante el uso de vehículos aéreos no tripulados) ocupa una importancia muy pequeña, si lo comparamos con otros métodos de plantación. Por otro lado, de poco vale focalizarse sólo en la fase de instalación, si después no se aseguran los cuidados culturales necesarios para que la nueva masa presente unos crecimientos de acuerdo con lo previsto, así como con un número de pies previsto de antemano. El ejemplo más caso es el de las marras, aspecto a tener siempre en cuenta y que supone un coste significativo (alrededor de un tercio de la plantación, según las estadísticas oficiales). Dichas estadísticas recogen en el año 2018 una superficie dedicada a la reposición de marras que alcanza más del 80% de la superficie forestada en ese año. Obviamente, no son fenómenos que se tengan que producir en el mismo año, pero sí que dan una idea de que la gestión es muy importante después de la instalación de la nueva forestación. Además, en el caso del carbono, la contabilidad se hace anticipando un número de pies, con lo que, si no se lograra esa densidad prevista, los cálculos iniciales quedarían automáticamente invalidados. En suma, resulta imprescindible tanto monitorizar la evolución de la nueva forestación como aplicar los cuidados culturales necesarios. Alguien podría pensar que, con el fin de mitigar algunos riesgos, se podría contratar un seguro forestal. Esta terciarización no es muy común todavía en el ámbito forestal, pero la información que proporciona Agroseguro no indica que pueda cubrir por ejemplo problemas de marras no asociados a fenómenos naturales. En resumen, de poco sirve centrarse en el número de árboles plantados si sólo un porcentaje de esa cantidad inicial se van a convertir en árboles adultos en el futuro.
Volviendo a publicidades disruptivas recientes sobre empresas que aseguran ecosistemas completos a través de la forestación, se debería recordar que si para la consecución de estas masas forestales, las actuaciones se centran sólo en la plantación (semillas o plántulas) y, a partir de ahí, se asume que la gestión (marras, desbroces, etc.) deben ser objeto de terceros, se está vendiendo un producto que puede no responder a un principio básico de cualquier plantación: no porque la planta se haya instalado en el terreno, se debe afirmar que se ha asegurado la plantación. Sería, salvando las distancias, como si se comercializa una técnica supuestamente fantástica para producir larvas de pulpo… y después se desentiende de los problemas que puedan tener dichas crías hasta que se conviertan en pulpos adultos. Debe existir una planificación asociada a cada forestación y que dure el horizonte temporal estimado de la misma. De no ser así, estos proyectos se pueden parecer a la estrategia recientemente seguida por una conocida red de panaderías que obligaba a sus franquiciados a unas cláusulas leoninas, pero que carecía de un modelo de negocio. Para esa red lo principal era maximizar el número de panaderías, y promover en exclusiva su know-how, no los objetivos de los franquiciados.