Me ha llamado poderosamente la atención la disrupción que se está produciendo en los últimos años con el empleo de ciertas palabras en ámbitos distintos a los que se formulan. Si hace décadas había un proceso mucho más pausado, admitido y consensuado para aceptar una nueva palabra (generalmente procedente de otra área de conocimiento, más o menos cercana), hoy en día el frenesí de lo instantáneo y la imperiosa necesidad que tienen algunos de utilizar términos “políticamente correctos”, lleva a que se produzcan errores groseros y contradicciones en el uso de estos términos.
En el caso de la bioeconomía, observo que muchas veces se utiliza como una palabra “comodín” que se utiliza como si fuera una especie de ciencia salvadora de múltiples problemas que asolan el planeta. Incluso hay personas que utilizan este término contraponiéndolo a la palabra “economía”, en el sentido de querer olvidarse de los necesarios análisis económicos para lograr una gestión óptima de los recursos. Esta situación resulta ciertamente asombrosa, porque sería lo mismo si se hablara de biomedicina y se contradijeran principios médicos. Lógicamente, a nadie con dos dedos de frente se le ocurriría plantear estas situaciones, pero cuando brotan por el medio ideas políticas oportunistas, se producen estos dislates.
En el ámbito forestal se observa cómo la política y la realidad bioeconómica están, en ocasiones marcadamente contrapuestas. Así, si se admite que la bioeconomía se basa en la explotación sostenible de los recursos biológicos (y, por tanto, renovables), aspectos como la economía circular, la eficiencia en cuanto al uso de energías renovables, la reducción de las emisiones, el empleo de materiales de proximidad o la sustitución de materiales con una huella ecológica elevada por otros procedentes de los recursos biológicos deben ser líneas que se deben seguir imperiosamente. Pues bien, si se apuesta decididamente por esta senda, vamos a repasar algunos hechos recientes relacionados con el ámbito forestal. Desde el punto de vista de lo que sería la economía circular, una fábrica que, cumpliendo escrupulosamente la normativa ambiental, se nutre fundamentalmente de energías renovables procedentes de residuos de su producción, que produce outputs cuyo nivel de reciclaje es altísimo, algunos de ellos que pueden sustituir a otros en cuya fabricación se emplean muchos más recursos (tejidos basados en el algodón o plásticos empleados en cultivos agrícolas), basados en materias primas cada vez con más criterios de sostenibilidad (madera certificada) y que cumplen requisitos de cercanía, pues encajaría perfectamente en esta estrategia. Pues la realidad dice que esto no es así. Y el ejemplo es el apoyo que está teniendo la abominable idea de cerrar la fábrica de ENCE en Pontevedra, fundamentalmente por motivos ideológicos. Por cierto, casual o causalmente, algunos partidos políticos no muestran el mismo discurso en relación con fábricas similares situadas en otras Comunidades Autónomas.
Otro ejemplo muy claro se observa en cuanto al empleo de la madera como un material de construcción que pueda sustituir al hormigón y similares. Pues bien, llama mucho la atención que se intente fomentar estos productos sin analizar la futura oferta de madera, con unas determinadas características, que se puediera emplear para un uso estructural en España. Resulta muy chocante hablar de la madera en una estrategia de bioeconomía sin analizar la oferta y demanda de las distintas especies que presentan un uso maderable en España, y su impacto en los efectos cascada deseados. ¿O es que se quiere fomentar la bioeconomía y la economía circular trayendo la madera de países nórdicos? En definitiva, si se habla de bioeconomía en el sector forestal, resulta imprescindible hacer planes a largo plazo que puedan asegurar una mínima oferta sostenida de estos productos. Relacionado con este hecho, mientras otros países, e incluso el IPCC, promueven programas para forestar amplias superficies, en España no existe (que yo sepa) ningún plan al respecto. En resumen, apostar por la bioeconomía obliga a que un país debe plantear diferentes estrategias a largo plazo, y no sólo para cumplir objetivos climáticos futuros.
Finalmente, está el tema de la captura de carbono. El almacenamiento de este gas también se encuentra en todas las estrategias de bioeconomía a nivel supranacional. Pues bien, en los últimos meses nos estamos encontrando con que el precio en los mercados europeos de este gas ha alcanzado cifras muy elevadas… lo que ha llevado a que algunas centrales térmicas deban cerrar su producción por su falta de competitividad. Es decir, si el precio del carbono es elevado, la empresa que emite carbono penaliza su rentabilidad, hasta el extremo de reducir su producción. Paradójicamente, la empresa o particular que capture el carbono (por ejemplo, los propietarios forestales) no se benefician de esta situación porque los sucesivos Gobiernos no han querido establecer un mercado del carbono ágil y transparente para el carbono capturado por las masas forestales que sea una fuente de valor para algunos sistemas forestales, a pesar del significativo porcentaje de las emisiones anuales de todo el país que son compensados anualmente. Para estos políticos esta captura directamente se nacionaliza en la práctica e, incluso, para algunos iluminados esta captura no se puede considerar bioeconomía, ya que procede mayoritariamente de plantaciones forestales, y, en este caso, restricciones ideológicas trasnochadas se sobreponen a las propias estrategias europeas al respecto.