Algunas mentiras forestales

¿Te das cuenta? Con un cebo de mentiras pescas el pez de la verdad. (William Shakespeare: Hamlet).

Mientras la manoseada realidad nos muestra anuncios publicitarios, publirreportajes pagados, vestidos de noticias, y opinantes subvencionados donde con unos drones y sin selvicultura de ninguna clase es posible crear un bosque, para mayor gloria de la imagen corporativa de algunas multinacionales, en esta entrada voy a hablar de otra clase de mentiras, quizá de carácter más estructural, en el ámbito forestal. Voy a partir de un axioma muy extendido en las finanzas forestales (sobre todo en países anglosajones) que viene a decir que, en comparación con otros activos, los forestales se caracterizan por presentar un riesgo bajo. Veamos algunos hechos que, a mi juicio, refutan esta teoría en España, pero no por motivos vinculados con el riesgo en sí, sino por razones derivadas de un sucedáneo del concepto de riesgo país: problemas de gobernanza, institucionales, de ruptura de ciertos contratos sociales, etc.

La primera mentira que alguien debe tener claro si inicia una plantación en un terreno de su propiedad… es que en el futuro esa persona o sus herederos van a ser, de hecho, los legítimos dueños de la misma en un momento dado. Desgraciadamente, esto no es así porque, por ejemplo, en muchas ocasiones, la Administración puede coartarte derechos, obligarte a ciertas servidumbres y, en definitiva, puede imponerte que no puedas cortar la madera para la cual has invertido muchos años y recursos… por supuesto sin ningún tipo de contraprestación económica. Y no estoy hablando de posibles cortapisas a potenciales cambios de usos. Estoy hablando que no se permite concluir la inversión que se ha diseñado inicialmente. Es decir, a diferencia de un determinado cultivo agrícola, por poner un ejemplo, las condiciones impuestas al final del turno de la masa forestal no tienen porque ser las mismas que al inicio de esta. En definitiva, hoy en día la Administración no va a garantizar en todos los casos la propiedad de todos los bienes y servicios relacionados con ese predio. Así, el concepto de propiedad se diluye, y podemos analizar en muchos casos cuál es, en la realidad, la propiedad efectiva (no la que dice el Registro de la Propiedad) de los recursos asociados a estos sistemas forestales. En muchos casos, y pasando a otros particulares, si alguien ajeno a la propiedad, e incluso foráneo al lugar donde se halla dicho monte estima que puede entrar en tu finca lo hará por los motivos más diversos (obviamente, sin pedir permiso alguno). Poniendo un ejemplo sencillo, algunos, sin pedir ningún permiso, utilizan a su antojo y cuando lo consideran oportuno, un vehículo en tu propiedad, o recolectan algún producto forestal no maderero. La realidad nos dice que, frecuentemente, se convierte ya en una especie de derecho consuetudinario, y esos intrusos no aceptarán que la propiedad le ponga vallas o le clausure caminos, aunque estos fueran ilegales. 

Esto nos lleva a la segunda mentira: todo el mundo más o menos entiende la labor del propietario forestal, al igual que la de un agricultor o de un ganadero. Pues no es así. Para ciertos citadinos el propietario es una especie de depredador de la naturaleza, que la destroza cuando le viene en gana y que, por supuesto, no se le tiene que respetar. Algunos ilustrados piensan que por pagar impuestos urbanitas y por apoyar a determinados partidos políticos, eso le da derecho a decidir cómo se tiene que hacer la gestión forestal a decenas de kilómetros de donde vive. La idea que subyace (un asamblearismo radical y excluyente) muchas veces va unida con un conocimiento nimio sobre los principios más elementales de la gestión forestal. Eso, sí, raramente discutirán con un agricultor sobre un determinado cultivo, la dosis de un abono, si una variedad es mejor que otra, y lo mismo con un veterinario. Pero, si nos referimos a un sistema forestal, ahí muchos exhiben un pseudoconocimiento casi enciclopédico sobre cómo tiene que hacerse la gestión forestal. Se contabilizan, sin duda, una gran cantidad de autodidactas especialistas, y que, en muchas ocasiones muestran unas posturas que producen vergüenza ajena. Esa circunstancia conlleva en muchas ocasiones, y vuelvo a la idea de manoseada realidad, al olvido y marginación de opiniones profesionales y fundadas en el conocimiento que presentan los técnicos forestales. Esa falta de humildad no la he visto tan acentuada contra ninguna otra profesión (médicos, veterinarios, ingenieros de caminos, etc.). Concluyentemente, a diferencia de los ejemplos que ya he mencionado, ni se respeta en muchas ocasiones a la propiedad ni a los técnicos ni a los gestores. 

La tercera mentira que conviene resaltar se relaciona con el esfuerzo que realiza el Estado en el medio rural: es el mismo en los ámbitos agrícola, forestal y ganadero. Desafortunadamente, se observan unas notables diferencias entre los distintos sistemas agrarios vinculadas al papel de las instituciones públicas. A pesar de que la superficie forestal privada supera en España claramente a la superficie pública, y que la superficie forestal total es mayor que la superficie destinada a usos agrícolas y ganaderos, el esfuerzo que hace la administración en ciertos medios no es el mismo en lo forestal frente a las explotaciones agrícolas y ganaderas. Los ejemplos son muy evidentes, empezando por la PAC, siguiendo por aspectos de extensión agraria y continuando por la flaqueza de las estadísticas forestales. Es decir, que se pagan muchos impuestos similares, pero posibles ayudas, subvenciones y medios para mejorar la gestión son menores. Incluso se llega a la paradoja de las expropiaciones encubiertas que realiza el estado de ciertos servicios (captura de carbono) y/o usos determinados propios de ciertos sistemas forestales. 

Obviamente, todo esto no constituye el mejor entorno para apostar por una inversión forestal que, por otro lado, debería ser extremadamente gratificante, si no fuera por todo este entorno tóxico que la rodea. Podría citar más agravios de este estilo, pero, a pesar de esta extraña tipología de riesgos, prefiero insistir en un mensaje positivo dentro de este entorno tan áspero para lo forestal. Sin duda, merece la pena iniciar esta plantación a la que me refería, pero por razones no integradas habitualmente en los parámetros financieros (y excluyendo la nueva taxonomía). Así, además de posibles motivos crematísticos, el autoconsumo ambiental que realizará la propiedad no se puede cuantificar de antemano y puede compensar muchos sinsabores. Incluso ese autoconsumo ya justifica que, voluntariamente, pueda ceder parte de la superficie en el futuro para orientarla a servicios ecosistémicos que no sean de provisión (lo que en algunos países se denomina “set aside”). Ello no excluye que algunos botarates de turno lo descalifiquen por ser una donación, pero… así se comporta el paisanaje actual.

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