No es que haya seguido de forma exhaustiva muchas de las opiniones y comentarios que se han expuesto en las últimas semanas en los distintos medios, pero me ha llamado la atención que, en lo poco que me he fijado, los argumentos, o la sintaxis, o los silogismos presentados eran, en muchos casos sorprendentemente pobres, y, en ocasiones, errados y manipulados. Casi todos ellos se refieren o están próximos a conceptos relacionados con la economía, que pasaré a comentar a continuación.
Así, expresiones como “bioeconomía”, “economía circular”, “capital natural”, etc., se están utilizando en algunas ocasiones con fines espurios (ello no implica que muchas otras personas lo hagan de forma irreprochable). Hay gente que no conoce la diferencia entre lo que es la bioeconomía y la economía circular y los usa como sinónimos… de algo alejado a cualquier idea con sentido económico. Parece que la cosmética en cuanto al uso del léxico es mucho más importante que el contenido de lo que se quiere ofrecer, y la oportunidad de utilizar vocablos que están en la boca de mucha gente es un incentivo mayor que su uso cabal. Todo ello está relacionado con una creciente tendencia para imponer ciertos pensamientos que, al chocar con principios económicos establecidos, éstos se deben sortear, aniquilar o denigrar de cualquier manera. Y qué mejor que utilizar expresiones o sintagmas que lleven la palabra economía si el el objetivo es desnaturalizar o aniquilar algunos conceptos económicos básicos, como, por ejemplo, el de la eficiencia.
Otra tiene que ver con el término consenso, término que en ciertos ambientes como el político se confunde (supongo que interesadamente) con la ausencia de negociación. De forma lacónica, me estoy refiriendo a que, por ejemplo, si el partido A busca un consenso con el partido B, se refiere a que B abrace todos los planteamientos de A. Como es bien conocido, el consenso requiere una cesión algunos de los planteamientos de uno para lograr un acuerdo con otra parte y siempre conlleva algún tipo de pérdida. Es decir, se confunde consenso con unanimidad. Hablando de unanimidad, también esta cualidad se está empleando de forma discrecional según los intereses de cada opinante. Por ejemplo, y utilizando un lenguaje lo más aséptico posible, se dice que en relación con el cambio climático la ciencia debe ser unánime a tenor de las pruebas ya recibidas. Es decir, no se acepta a quienes no acepten esa idea. No voy a entrar en consideraciones al respecto sobre esta aseveración (por ejemplo, de tipo popperiano), porque lo que me interesa es subrayar algunas consecuencias colaterales de este tipo de planteamientos.
Me parece perfectamente lícito y loable que un investigador de un campo llegue a través de su trabajo, esfuerzo y estudio a unas determinadas conclusiones y las difunda con la fuerza que estime oportuno. Lo que ya no me parece tan edificante es que el rigor que se ha empleado en un campo no se aplique en la misma medida cuando el mismo investigador se refiere a otro. Y esto lo digo porque varios expertos en ciencias ambientales cuando hablan de cambio climático… acaban también hablando de economía… para hacer juicios de valor, a mi juicio inaceptables, utilizando argumentos… que son los mismos que no aceptan en su campo. Como ya he dicho en alguna ocasión, si un investigador es excelso en el campo X relacionado con el medioambiente, ello no implica que obligatoriamente lo tenga que ser en disciplinas económicas. Más bien, el rigor que ha utilizado para ser excelso en X no lo está aplicando cuando se refiere a la economía, pero piensa que por ser excelso en X puede pontificar de forma infalible sobre aspectos de la ciencia económica. Pero si alguien del ámbito económico opina de forma contraria a lo que él dice en X, no se acepta porque no presenta el supuesto rigor requerido.
Lo dicho arriba no pretende promover la existencia de compartimentos estancos entre las distintas áreas. Más bien al revés, considero que un gran vector de avance entre las distintas disciplinas científicas es la cooperación entre distintas áreas de conocimiento, pero siempre con los mismos principios y el mismo rigor. Quiero señalar al respecto disciplinas como la valoración ambiental, que es un campo abierto y muy rico donde todas las aportaciones son bienvenidas y las discrepancias ayudan a avanzar en este proceloso mundo de otorgar un valor a ciertos servicios ecosistémicos o a intentar cuantificar el capital natural. Por último, no creo que sea el único que piensa de esta forma, y no voy a hablar de unanimidad, pero conviene recordar, por mucho que se utilicen arabescos y ambigüedades semánticas, que resulta muy difícil gestionar de forma correcta los recursos naturales sin tener en cuenta una perspectiva económica.