Rankings de Investigadores

Debe tomarse en cuenta que a muchos académicos la enseñanza constante a través de su cátedra y sus escritos les deja muy poco tiempo libre para estudiar”. Arthur Schopenhauer: El arte de insultar

Resulta cada vez más habitual utilizar indicadores, de forma simple o agregada (índices compuestos), para medir el desempeño en prácticamente cualquier sector. En cada disciplina ya existen unos usos admitidos, como es el caso de los KPIs (“key preformance indicators”) en el ámbito de la cultura empresarial y, como último fin, son imprescindibles para una toma de decisiones adecuada. Además, permiten que personas o stakeholders ajenas a dicha toma de decisiones puedan realizar comparaciones, y, en definitiva, sacar sus propias conclusiones en base a estas informaciones. En el ámbito universitario se han popularizado en los últimos años, y es muy corriente hallar artículos, opiniones y valoraciones de universidades en base a ciertos rankings, pero no son los únicos. También existen rankings de revistas científicas, de especial interés para que, por ejemplo, los investigadores nos adecuemos a los requisitos de ciertas políticas y, por último, también se puede hablar de rankings de investigadores. En este capítulo ha cobrado mucha fama recientemente uno que computa los mejores investigadores en cada área, señalando aquellos que se encuentran en el 2% más elevado de acuerdo con un índice que han desarrollado investigadores de la Universidad de Standford. Es de libre acceso y cualquiera puede acceder al mismo.  

Si en el caso de las universidades la polémica recurrente (y en la que no voy a entrar) se centra en las lamentaciones por no encontrar ninguna universidad española entre las 150 primeras del mundo, en el caso de los investigadores observo algunas reacciones extrañas tanto si se está como si no aparece en la citada lista. Sin embargo, muchas veces se olvida lo más básico: cómo se construye dicho indicador compuesto y cómo se debe interpretar. Así, en este caso, se han agregado en un índice seis indicadores distintos, algunos parece que bastante correlacionados entre sí, y que miden aspectos del impacto de la misma (las citas que genera en publicaciones científicas de calidad), medido en total y a través del famoso índice de Hirsh, y modulando su impacto en razón de la autoría de las publicaciones (citas en publicaciones con un único autor, o en publicaciones donde el interesado figura como primer o último autor de cada trabajo). La fuente de datos es bien conocida: la base de datos SCOPUS de Elsevier. 

Matizando algunas cuestiones, conviene incidir en que este ranking no tiene en cuenta aspectos que se pudieran pensar a priori como es el número total de publicaciones. Además, se debe hacer notar un aspecto importante: todos los indicadores individuales presentan el mismo peso en la fórmula. Resulta indudable que cada uno puede tener sus preferencias a la hora de incluir, rechazar, o combinar de otra forma estos indicadores pero es preciso reconocer que parten de algo objetivo y, a priori, fuera del alcance de los investigadores: el impacto de su investigación. 

Este indicador compuesto va en contra de cierto papanatismo existente sobre el uso de estos indicadores cuantitativos y que, a mi juicio, está generando disfunciones entre los investigadores. Estoy de acuerdo que, con las posibilidades existentes hoy en día, tomar un único indicador para caracterizar el desempeño de un investigador no es muy aconsejable. Esta idea también la apuntan los propios investigadores que han desarrollado esta metodología. Sin embargo, despreciar lo que se hace a nivel internacional y optar por definir atajos pintorescos (como el impacto de una publicación en la red social de Elon Musk) suena bastante hilarante. Mi opinión es que el desempeño de cualquier investigador debe medirse a través de varias componentes, siendo el impacto y su producción, dos de las más importantes, pero no las únicas. Sin embargo, queda siempre una tarea pendiente, como es medir la eficiencia de la producción científica de cada investigador. Sobre esto no se hablará en el cártel de la CRUE ni será una reivindicación de la mayoría de los sindicatos que desdeñan la investigación científica homologable a nivel internacional, porque va en contra de su única reivindicación: más financiación. Hablando de indicadores, éste es el único que contemplan. Y pretenden asimilar esta idea a la de “autonomía universitaria”. Pues bien, cualquier ciudadano debería preguntarse cuánto le cuesta (me refiero ahora a universidades públicas) la publicación de un artículo científico en una revista de impacto. Como decía una campaña publicitaria: “no son magia, son tus impuestos”. Porque, por ejemplo, puede ocurrir que grupos de investigación que tienen unos recursos materiales cuantiosos presentan una eficiencia muy inferior a grupos menos consolidados y/o de menor tamaño. Sería un ferviente partidario de que desde el Ministerio y la UE, ya que subvencionan la mayoría de los programas, se hiciera un estudio de esta índole, pero esta palabra (eficiencia) parece que está proscrita y vedada por los próceres actuales y sus correas de transmisión subvencionadas.

Centrándonos en la importancia que tienen las citas en este indicador conviene señalar que la evidencia de diferentes comités demuestra que no es el único indicador que se debe tener en cuenta para establecer la valía de un investigador. Para ilustrar este hecho, valgan dos ejemplos. El primero lo aportan los autores de esta metodología, donde afirman que en el período 2011-2015 al menos 7 Premios Nobel de cuatro categorías no se aparecían en este ranking (es decir, no estaban entre el 2% mejor de su categoría a nivel mundial). El segundo es que uno de los tres ganadores del premio Nobel de economía de este año (Daron Acemoğlu) presenta una producción científica exuberante en cuanto a su cantidad y también en cuanto a su calidad, dado el impresionante número de citas referido. No lo he comprobado, pero seguro que presenta unos valores de este indicador compuesto más elevado que otros colegas que le han precedido en tan prestigioso premio, luego debería haberlo recibido hace años si se atendiera a ese único criterio.

Para finalizar, creo que, obviamente, es mejor aparecer en dicho ranking que no hacerlo, pero no hacerlo no significa, a mi juicio, ninguna calamidad, pero no por las razones que pueden apuntar ágrafos y correveidiles varios. Personalmente, puedo decir que numerosos investigadores que no aparecen en esa lista tienen mi respeto, e incluso mi admiración. En mi caso, aparezco en la citada lista, pero este hecho no ha supuesto algo diferencial en mi carrera. Y si aparezco, gran parte del mérito lo tienen los magníficos compañeros que me han acompañado en esta singladura investigadora, particularizando este agradecimiento a mi director de Tesis, D. Carlos Romero. A título anecdótico, pero suficientemente ilustrativo, esto no ha supuesto, hasta ahora, ningún reconocimiento a nivel de mi Universidad. De hecho, y a diferencia de muchas otras, este año en la U.P.M. (hasta el día de hoy) ni siquiera han sacado una noticia reseñando los investigadores que ahí aparecen. Igual tiene que ver con que el año pasado no han sido capaces (o no han querido), después de varias modificaciones, publicar una lista completa de investigadores que sí aparecían en ella. Este hecho, en cualquier caso, se puede considerar un indicador (valga la redundancia) de la importancia que para esta institución tiene aparecer o no en dicho listado: según la página web de la U.P.M. todas las semanas hay tres noticias de investigación endógenas que merecen más relevancia que esta. 

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