The efficiency was so great that costs were reduced in some cases by an order of magnitude. Eric Higgs: Nature by Design: People, Natural Process, and Ecological Restoration
A veces conviene repasar el significado e importancia de ciertos conceptos, máxime cuando algunos llevan tiempo reduciéndolos a una componente pseudo política, con fines, por supuesto, de imponer unas determinadas ideas sin ningún tipo de debate. En concreto, me estoy refiriendo a la idea de la eficiencia que, como ya he dicho en alguna otra ocasión, se convierte en un ejemplo de una idea desnaturalizada cuando se introducen en contextos muy alejados de la teoría económica más elemental. Una breve entrada de un blog no es suficiente para incorporar todos los argumentos y contextualizar este concepto bajo diferentes puntos de vista, pero sí que conviene señalar al menos, los más importantes. La primera idea es que, per se, la eficiencia es una idea neutra. Si se confronta con otros ideales como el de igualdad, o el de justicia social, y algunos decisores priorizan estos últimos en determinados contextos, ello no tiene por qué llevar a demonizarla. La eficiencia surge ante problemas diarios donde existen demandas contrapuestas (lo habitual en nuestra sociedad, aunque algún iluminado no lo vea así) y donde concurren grupos sociales también con legítimas aspiraciones más o menos enfrentadas. Desde el punto de vista individual, creo que a todos nos gusta obtener lo máximo después de un esfuerzo, y que este fuese lo menor posible. Sin embargo, desde un punto colectivo este punto ideal resulta inalcanzable y hay que priorizar decisiones. Un criterio para dicha toma de decisiones sería buscar aquella solución que optimiza la asignación colectiva de recursos. Esta idea consistiría una primera aproximación a la idea de eficiencia, pero, no quiere decir que sea la única opción, ni que deba seguirse siempre obligatoriamente. De la misma forma, tampoco la mejor opción sería obviarla por sistema en todos los casos.
Por ejemplo, en el ámbito forestal, se pueden encontrar definiciones sobre gestión forestal en el siglo pasado que afirman que el principal problema de gestión forestal es lograr el uso más eficiente de los recursos productivos. Esta afirmación, aparentemente sencilla, esconde una gran complejidad porque resulta peliagudo hablar de inputs y outputs en la gestión forestal. El caso más simple, si nos centramos en un uso exclusivamente productivo, la eficiencia buscaría (en ausencia de otros factores limitantes) obtener la máxima cantidad de outputs con el mínimo consumo de inputs (y, ojo, no se debe confundir eficiencia con rentabilidad). Sin embargo, si se incorporan otros objetivos, componentes temporales, las preferencias de otros stakeholders, otras restricciones sociales y ambientales, esa idea de inicial eficiencia se modificaría. Seguro que, llegados a este punto, algún lector extrañaría aspectos relativos a la igualdad, justicia social, etc. Sin embargo, aunque pueda parecer una paradoja, una desventaja que presenta la eficiencia es que casi siempre puede ser cuantificada de forma analítica. Existen diversas técnicas ad hoc al respecto, con lo que alguien que tome decisiones siempre puede obtener una estimación de la eficiencia de su resultado. Sin embargo, no ocurre lo mismo para otros prismas arriba mencionados. No existe una medida unívoca de “justicia social”, de “desigualdad” que se pueda introducir en un contexto de decisión en grupo, y ello hace que sea fácil y gratuito contraponer argumentos para dejarla a un lado. A mi juicio, sólo por ello, la solución más eficiente debe calcularse siempre, aunque sea utilizada como “benchmarking” de otras posibles alternativas. Y, por todo ello, obviarla o denigrarla con adjetivos interesados como hacen algunos iletrados, nunca debe ser una opción. Lo sensato sería integrar dicha idea en la toma de decisiones y no borrarla a perpetuidad.
En efecto, en un entorno de recursos naturales escasos, sobre todo en relación con las necesidades humanas, donde la justicia intergeneracional cada día debe tenerse más presente (y no sólo cuando se habla, legítimamente, bajo ópticas de conservación de la biodiversidad), donde en muchos países se produce una paradoja de aumento de horas de ocio frente a un incremento de la demanda para algunos puestos no cubiertos, resulta perfectamente lícito que los ciudadanos protesten si ven que sus renuncias (vía impuestos) se utilizan con criterios que no responden al bien común o, dicho de otra forma, los recursos productivos no son, a su juicio, bien utilizados. Teniendo esto en cuenta, resulta cuanto menos extravagante no respetar a quienes piden incluir este concepto en el análisis. Incluso algunos autores que propugnan índices muy sesgados hacia la conservación de los recursos y el bienestar de la población, como el del planeta feliz (“happy planet index”) se basan en la idea clásica de la eficiencia antes expuesta.
Por otro lado, este concepto no se extiende sólo a ámbitos relacionados con la economía. Es común verla en ciencias básicas relacionadas con los recursos naturales, y nadie se escandaliza por ello. Desde el transporte de nutrientes en una planta, o el impacto de los fertilizantes, hasta las frecuencias utilizadas por las aves para comunicarse, pasando por aspectos como la termodinámica (la eficiencia termodinámica de un proceso), o incluso cuando se habla de conceptos como el capital natural. Aunque no se pretende construir un listado exhaustivo al respecto, pero centrándome en esta última idea de capital natural, me ha llamado la atención una publicación muy reciente del Banco Mundial, donde se maneja la idea de eficiencia con asiduidad, utilizando herramientas básicas del análisis microeconómico como puede ser la curva de posibilidades de producción para definir lo que se conoce como la curva eficiente, o menciones continuas al óptimo de Pareto, medida utilizada por los economistas para referirse indirectamente a la idea de eficiencia. Así, en pocas palabras, esta solución afirma que una alternativa es paretianamente óptima, cuando resulta imposible mejorar el bienestar de una persona sin que empeore el de otra. Luego, no adoptar este tipo de soluciones resultaría (al menos) ineficiente no elegir una hipotética alternativa que mejore a alguien y, simultáneamente, no empeore a nadie. En resumen, considero muy acertada la inclusión de la idea de eficiencia en el contexto en que se sitúa esta publicación. Esperemos que otros autores sigan su ejemplo al abordar problemas de gestión y no sólo de los recursos naturales.