Todos somos conscientes que, desde hace un tiempo, existe una reivindicación continua del papel de la madera para diversos usos, siendo quizá el de la construcción el más conspicuo. En efecto, la opinión pública ya empieza a reclamar edificios construidos principalmente con productos derivados de la madera, cada vez existe más oferta de técnicos y empresas dedicadas a la construcción de, por ejemplo, viviendas individuales en madera, se aumentan las exigencias para que las Administraciones Públicas incorporen la madera en pliegos de condiciones, etc. Este aumento en la demanda de productos de madera seguro que presenta varias razones, pero, sin duda una de ellas tiene que ver con la mayor bondad de este output en comparación con otros elementos constructivos si lo que se mide es su respectiva huella de carbono.
Este incremento en la demanda viene acompañado por no abordarse las necesidades y problemas, de diversa índole, por el lado de la oferta. Así, parece muy necesario, y bastante elemental, empezar a hablar de números asociados a la oferta de madera que cumpla los estándares requeridos para esos procesos constructivos que deberían proporcionar los sistemas forestales españoles. Teniendo en cuenta la duración del ciclo productivo de cada especie, la importancia de abordar este problema es poliédrica: por un lado, se debe asumir (aunque tengo cada vez más dudas) que la madera que se emplee debe ser nacional (para revitalizar el medio rural, para minimizar las emisiones en el transporte, etc.) pero, por otro lado, se deben concentrar esfuerzos relacionados con la eficiencia en dichos ciclos productivos y la correcta asignación de usos en los distintos sistemas forestales. Por ello no basta con decir en un documento oficial (Plan Forestal, Estrategia Forestal, etc.) el número de hectáreas previstas para una determinada especie en los próximos veinte o treinta años. A mi juicio, se deben incorporar una suerte de balance previsional sobre la oferta de madera futura cuantificada, a nivel de CC.AA. o nacional, en unidades habituales (metros cúbicos o toneladas) según posibles destinos, y no en unidades asociadas con la superficie que ocuparán estas masas. Además, si ya está muy extendida la idea de trabajar con escenarios y previsiones sobre lo que pasará con el clima y sus consecuencias dentro de 50 u 80 años, no parece descabellado realizar predicciones sobre algo más modesto y en horizontes menos dilatados. Esta circunstancia merece un comentario adicional: parece que siempre que se hace una predicción a largo plazo en los sistemas forestales ésta se centra en futuros problemas (implicaciones del cambio climático, descenso en la futura captura de carbono, aumento de plagas, etc.), pero no se suele hablar de las mejoras, asociadas la ciencia y la técnica forestal, que se van a producir en el futuro en dichas masas forestales.
Es decir, no se trata sólo de prever sólo la superficie sino también la producción, y, como se ha comentado anteriormente, aquí deberían entrar atributos asociados a la eficiencia (esa palabra maldita en los últimos tiempos) en ese proceso desde que se inicia la plantación hasta la corta final. Uno de ellos, y al que me parece que se le da muy poca importancia, es el de los incrementos sucesivos en la producción principalmente por medio de la mejora genética y, en otra escala, por la optimización del manejo. Siempre me ha llamado la atención que, a diferencia de otros países, resulte difícil encontrar datos fiables en España sobre el impacto, en unidades económicas, de estos aumentos en la productividad para algunas de las especies más importantes en términos de cortas anuales. Por ejemplo, están bien cuantificados los incrementos que se han producido en Brasil para el eucalipto desde mediados del siglo pasado, o el incremento de en la productividad de los pinos del SE de USA (proporcionan una cantidad ingente de madera a nivel ya no solo nacional, sino mundial), que se ha cuantificado en más de 4 veces desde 1920. Si se pretende consolidar una determinada oferta de madera en el futuro, resulta imperativo incrementar la productividad con el fin de proveer de productos a un coste menor, con mayores aptitudes técnicas, permitiendo liberar suelo forestal para otros objetivos, y que redunde en una mayor rentabilidad para los propietarios forestales.
Sin embargo, este apoyo a la madera como elemento constructivo no se observa a la hora de fomentar estas plantaciones que puedan suministrar dichos productos. Parece que se produce una suerte de esquizofrenia donde, por un lado, se apoyan los productos derivados de la madera, pero, por otro, se omite sistemáticamente la producción de madera como lo que es, un servicio ecosistémico de provisión, promoviéndose, además, la idea que cortar un árbol es algo que debe ser evitado. Es una lástima esta fijación contra la ciencia forestal, máxime se pretenden cumplir ciertos compromisos internacionales relacionados con la reducción de emisiones de gases invernadero y con la fijación de población en el medio rural. Otra paradoja más.