En los últimos tiempos, un número creciente de trabajos científicos están glosando las bondades de los sistemas forestales como entes que aseguran una calidad en la salud, tanto mental como física, de las personas. Esta propiedad se podría encuadrar dentro del conjunto de servicios ecosistémicos de carácter cultural. Dicho grupo presenta una dilatada trayectoria en la literatura forestal, pero no abundan estudios que cuantifiquen la, por ejemplo, disposición al pago de efectuar paseos por sistemas forestales por motivos asociados a una mejora en la calidad de vida. Sin embargo, en los últimos tiempos existe mucha literatura al respecto (por ejemplo, sobre los “bath-forest”), y, desde el punto de vista científico durante la última década comienzan a aparecer trabajos en el ámbito forestal que unen ambas disciplinas relacionadas (la forestal y la medicina). Así, mientras que abundan más los estudios desde el punto de vista médico, en los últimos años están ya apareciendo trabajos desde el lado forestal.
Estos estudios suelen estar relacionados con ambientes urbanos y se centran ya no en justificar su existencia (se da por supuesto que las externalidades positivas superan los costes asociados) sino en medir aspectos cualitativos de parques, jardines, bosques periurbanos que puedan incrementar la utilidad de los visitantes teniendo presente esta nueva vertiente. Esta utilidad estaría asociada a recobrar o mejorar capacidades mentales, descenso del estrés psicológico y otros aspectos asociados a efectos de restauración en los cuerpos humanos. Además, si se pudiera justificar, podría suponer su inclusión a la hora de valorar estos entornos, de la misma forma que ya existe estudios donde se valoran reducciones del ruido existente en Parques emblemáticos, como puede ser el de El Retiro. Un corolario interesante asociado a estas ideas resulta en, por ejemplo, la preocupación de algunas personas y organizaciones para que los niños estudien en entornos muy próximos a la naturaleza, incluso llegando a sugerir que en los emplazamientos de estas escuelas se debe fijar especial atención a la distancia que presentan a ciertos sistemas forestales.
Si duda son múltiples las actividades que se pueden disfrutar en los sistemas forestales (paseos, percibir el silencio, contacto con la naturaleza) asociadas con este servicio ecosistémico. Sin embargo, no abundan los estudios que comparen resultados entre distintos sistemas forestales, ni evaluaciones entre sistemas forestales más o menos arbolados. Es decir, partiendo de la base que estos sistemas son, para muchos habitantes, lo más cercano que tienen a su disposición para disfrutar de un ambiente naturalizado, en algunos trabajos se podría pensar en analizar con más detalle cuáles serían las características de los sistemas forestales que provocarían incrementos en los beneficios arriba señalados. Nótese que aquí se incluirían aspectos asociados a su localización, de su composición, si presenta o no láminas de agua, sus dotaciones, etc. En esta línea, otras preguntas muy interesantes que pueden surgir nos llevarían a preguntarnos si las personas que disfrutan de este contacto (y que estarían dispuestas a pagar por ello) prefieren masas más naturales o naturalizadas, si se inclinan por masas regulares o irregulares, con mayor o menor presencia de sotobosque y de estrato arbustivo, si sus preferencias se inclinan por coníferas, frondosas o una mezcla de ellas… Como se puede apreciar, desde el punto de vista de la gestión forestal surgen preguntas muy interesantes sobre los atributos que idealmente deberían presentar estos bosques urbanos o periurbanos. No obstante, el principal motivo de esta entrada radica en reivindicar este nuevo rol de los sistemas forestales. Su reconocimiento podría incluso llegar a valorar de distinta forma entornos forestales existentes en los ecosistemas urbanos, así como modificar la toma de decisiones por parte de ciertas Administraciones Públicas sobre cómo justificar actuaciones en estos entornos forestales.