En las últimas semanas son muchas las opiniones sobre aspectos económicos que apuntan en la línea de variar los modelos de producción, incorporando en el análisis cuestiones relativas a la economía circular y a la sostenibilidad de un modo mucho más acentuado que el abordado hasta ahora. En esta línea, cuando se habla de sostenibilidad, parece que hay un cierto consenso en referirse a las metas de desarrollo sostenible (SDG en inglés) como pautas que puedan guiar actuaciones futuras. Ello puede parecer muy loable, pero quedarse sólo en el titular, como voy a comentar a continuación, es como no decir mucho. Por ejemplo, la operatividad de estas metas es bastante discutible, aspecto que se suele omitir en muchos análisis. En efecto, mucha gente habla de las 17 metas, aunque en muchos análisis sólo se destacan las que interesan. Sin embargo, menos lo hacen de los más de los 230 indicadores en que se articulan… y en los cientos de variables (definidas o no) que se precisan para alimentar dichos indicadores. Conviene resaltar el hecho que manejar ese número tan exagerado de criterios resulta muy complicado. Y máxime, cuando el esfuerzo de conceptualizarlo no está acabado, como lo prueba el hecho que existen indicadores duplicados. Por ello, es posible que no sea suficiente hablar como una línea a seguir en el futuro la de cumplir las 17 metas, sin explicitar este discurso de forma más minuciosa.
Esta entrada se escribe desde un punto de partida positivo y no normativo, por lo que no voy a entrar sobre qué indicadores deberían colgar de los SDG y cuáles deberían ser purgados, pero sí que resulta instructivo poner algún ejemplo sobre presencias y ausencias en esta amplia lista. Volviendo al primer párrafo, muchas de las opiniones que abundan en medios, redes sociales, etc. abogan por la idea de no medir el progreso de una economía a través del PIB. Incluso algunos sesudos opinantes critican al PIB en la idea de buscar otro modelo económico, desde una prominente tribuna y llevando en la solapa el pin de las 17 SDG. La contradicción nace en que uno de los 230 indicadores de las SDG es el conseguir un crecimiento anual del GDP per cápita. Es decir, resulta cuanto menos extraño sacralizar las SDG y, simultáneamente, rechazar algunos de los indicadores en los que se articulan dichas metas.
Pero, si hablamos de sostenibilidad, se puede traer a colación un concepto económico presente en la literatura económica: la justicia intergeneracional. Este concepto aboga por un consumo prudente de los recursos que tenemos a nuestra disposición para que nuestros herederos puedan, en el futuro, tener las mismas oportunidades para disfrutar de los mismos que nosotros hemos tenido. Esta idea se materializa en la conservación del capital natural, pero según muchos economistas debe incluir también a aspectos materiales. En concreto, me estoy refiriendo a la deuda pública. Resulta obvio que cuanto más nos endeudemos hoy, suponiendo escenarios macroeconómicos similares en el futuro, más se deben de retraer recursos futuros para pagar deudas pasadas. Desde un punto de vista ético esto podría ser no aceptable, por lo que se debería fijar qué umbral de deuda máximo debe alcanzar un país para no perjudicar a las generaciones futuras. Estas generaciones futuras, como es obvio, no votan y por eso resulta muy sencillo no tenerlas en cuenta, pero deben incluirse en el análisis, y máxime cuando se intenta vender la falacia que la deuda es inocua y que no afecta a la prosperidad económica futura.
Finalmente, quisiera manifestar mi extrañeza por la actitud de algunos prominentes investigadores en diversos campos pidiendo respeto y seguir las indicaciones de los expertos en algunos campos (por ejemplo, hacia los profesionales sanitarios en la pandemia), pero sin aplicar esa máxima a los expertos en temas económicos. Parece que teorizar sobre modelos macroeconómicos no demanda el respeto científico que se exige para otras disciplinas. Curioso sectarismo.