Resulta indudable a estas alturas que, con mayor o menor éxito, los docentes nos hemos tenido que reconvertir a marchas forzadas para proporcionar una alternativa a nuestros sufridos alumnos en estos tiempos convulsos. Partiendo de la base que los problemas más graves que se nos presentan estos días son de otra índole muy alejada de la enseñanza universitaria, conviene, no obstante, reflexionar un poco sobre lo que ha sucedido en las últimas semanas. Así, los cambios que se están produciendo en la forma de impartir las clases no sólo se pueden considerar como de canal de comunicación, sino más bien de todo un modelo educativo. Esto ha conducido, como casi todo lo que ocurre en España, que o bien nos quedemos cortos, o nos pasemos diez vueltas más allá de la meta final… en un tiempo extremadamente reducido. Partiendo de ciertas premisas básicas e irrenunciables como la búsqueda de la excelencia en nuestro trabajo, conviene realizar algunos comentarios a la situación excepcional que estamos viviendo.
Dado que no somos robots y el entorno siempre acaba influyendo en la adaptación a nuevas realidades, nos encontramos, por ejemplo, que si un Profesor atiende a todos los correos e informaciones que le mandan de su Universidad en relación con las nuevas tecnologías empieza a padecer un elevado grado de ansiedad. En efecto, el objetivo de estos responsables parece que está encaminado a inundarte de nuevos sistemas, softwares, webinars, ayudas a la docencia, además de nuevos términos y conceptos que, si no utilizas de un día para otro, parece que te encuentras en el siglo XIX. En esta línea, si un Profesor pregunta en su Rectorado cómo se explica la variedad de diversas plataformas distintas de tele-enseñanza, además del Moodle, que ofrece la Universidad sin, en ningún sitio, aconsejar cuál sería la más idónea en función de factores como la asignatura, la pericia del Profesor en estas plataformas o el tiempo disponible, la respuesta que llega no puede ser más escueta y lacónica: “ofrecemos varias plataformas por si colapsa una de ellas”. Nótese que se asume que todos los docentes tenemos en casa internet con banda ancha, ordenador que pueda asimilar las exigencias de este nuevo software, cámara de vídeo, etc. Y digo se asume porque la empresa (Universidad en este caso) pretende fomentar el teletrabajo sin proporcionar ningún tipo de hardware a sus empleados, ni por supuesto, apoyo correspondiente ante posibles averías. ¿Es lo que hacen las empresas pertenecientes a otros sectores?
En definitiva, parece que los Profesores somos como una suerte de eslabón mudo, intermedio entre la tecnoestructura presente en los Rectorados y, por otro lado, el alumnado, y que debe ofrecer un tiempo y una plasticidad infinita para adaptarse a utilizar distintos medios dependiendo de razones espurias y alejadas de su propio criterio. Otro Profesores entienden que esta estrategia de “riego a manta” tiene por objetivo último justificar ante órganos superiores el carácter esencial de la actividad Universitaria, pero sólo centrándose en la parte docente y olvidándose sistemáticamente de la labor investigadora y de gestión que deben realizar los docentes, labores que están recogidas en las normativas legales. En síntesis, el objetivo no parece ser que el Profesorado pueda dar la mejor enseñanza a distancia posible, sino salvar la cara ante los responsables políticos correspondientes. Por supuesto, la indefensión es absoluta porque nadie ampara a los Profesores, empezando por esos entes tan sospechosos para el PDI como son los sindicatos orgánicos, y siguiendo por esa suerte de cártel de Rectores y exRectores llamada CRUE que se caracteriza muchas veces por actuaciones que suelen ir en contra de una Universidad de calidad (sólo cabe recordar su postura ante los delincuentes académicos que pululan en la política actual para darse cuenta de cuáles son sus verdaderos objetivos).
Por otro lado, si se confirma que no puede haber exámenes finales presenciales, ahora parece que nos quieren imponer una forma de examinar sin tener en cuenta la libertad de cátedra de los Profesores y sin que, por ejemplo, éstos tengan la culpa de que muchas Universidades no hayan implementado softwares y procedimientos más sofisticados que pueden minimizar actuaciones no deseables por parte de un alumno ante un examen a distancia. Finalmente, a pesar de tanta indefensión, de tanta normativa gratuitamente estéril y de la actitud de ciertos próceres, seguiremos haciendo lo que esté en nuestra mano para salvar de la mejor manera posible el curso, pensando sobre todo en los “clientes”, es decir, los alumnos, y en nuestra condición de funcionarios públicos.