Me ha llamado la atención un artículo que ha aparecido hace unos días en la revista Nature (5 de julio) sobre la supuesta mala consideración de las emisiones asociadas a la captura de carbono que realizan los sistemas forestales. La tesis de los autores es que, en un sentido amplio, la gestión forestal no es neutral en cuanto al carbono capturado y que se deben de computar unos costes (balance negativo entre la captura y las emisiones) al hacer el cálculo del carbono en los sistemas forestales. En síntesis, si estos autores llevaran razón, dicha captura será, a nivel global, marcadamente menor y se rompe, de cierta forma, el paradigma de la gestión forestal sostenible. En efecto, los resultados muestran unos valores en cuanto a esa supuesta sobreestimación del carbono capturado por las masas forestales muy considerables (3.5-4,2 Gt de CO2e al año). Si los autores llevan razón, los sistemas forestales emiten anualmente tanto como la agricultura, y supondrían, aproximadamente, un 10% del total de las emisiones. Sin embargo, se debe señalar que estos resultados contradicen las predicciones del IPCC de aumento del stock de carbono en sumideros terrestres (prevén un aumento de 7Gt de CO2e entre 2010 y 2100), así como otros trabajos de investigación recientes que, a través de modelos también globales y fijando más de 80 escenarios fijan una captura anual del sector forestal cifrado entre 1,8 y 5,2Gt de CO2e. En definitiva, si los autores tuvieran razón, sería como pasar de golpe del blanco al negro y asumir que el cemento o el plástico, en algunos casos, igual son más sostenibles que la madera.
Aunque no creo que sea el objetivo de este blog en entrar en detalles técnicos que requieren un conocimiento especializado, sí que debo comentar que, personalmente, me cuesta creer en estos resultados porque contravienen el sentido de todo lo que se ha avanzado en las últimas décadas sobre la integración del carbono en la gestión forestal, y porque las hipótesis sobre cómo se consideran las cortas en el tiempo (asumen que no se contabiliza adecuadamente la regeneración después de una corta final), y cómo se produce dicha regeneración son, a mi juicio, como mínimo conflictivas. Además, los autores proponen en el párrafo final de este artículo que reduciendo las cortas producirá una mitigación habitualmente no contemplada en los cálculos que se hacen a nivel global. Sin embargo, ya hay estudios recientes que afirman que si se produce la utopía de eliminarse las cortas y los incendios, el carbono sólo se incrementaría en un 15%. Es decir, que para disgusto del club de fans del rewilding y del decrecimiento, esa parece que no sería la solución. Por otro lado, albergo dudas sobre el modelo a nivel global que han utilizado y desplegado para 30 países (ya adelanto que no han considerado el caso de España). Además de desconocer si se adapta a la realidad actual (es del siglo pasado), los resultados que ofrece son bastante sorprendentes. Por ejemplo, la predicción de la oferta de madera con destinos más nobles en cuanto a la permanencia del carbono (madera de sierra, chapa, etc.) en los seis países de la UE considerados va a sufrir un descenso en 2050 comparado con 2010. Ese descenso en países como Alemania o Francia supera el 30%. No tengo estudios al respecto en estos países, pero me parecen unas cifras, como mínimo, no esperadas. Y, si fueran ciertas, la estrategia forestal europea no resulta creíble. Por otro lado, las cifras que pronostica a China son espectaculares, y vienen a decir que para ese destino la oferta de este tipo de madera en este país es del orden de la suma del resto de 29 países (incluyendo a USA, Rusia, Brasil, la UE, Canadá, la India…).
Sin embargo, creo que resulta interesante incidir en algunas premisas y algunos resultados con el fin de ilustrar aspectos de la economía del carbono. Lo primero que cabe recordar es que continuamente se están superponiendo en este y otros análisis un determinado alcance (global), la componente espacial (áreas que forestan y se deforestan en dichos modelos), la componente temporal (son a largo plazo) y, sobre todo cómo se contabiliza el carbono. Por ello, no debe sorprender que existan múltiples aproximaciones al problema. Además, desde el punto de vista forestal, es preciso modelizar en cada caso las selviculturas previstas según los tipos de masa forestal existentes, y también considerando el carbono en los productos y su vida útil. Volviendo al artículo que nos ocupa, en el modelo empleado parten de unos valores sobre la vida útil de los productos derivados de la madera publicados en la década de los noventa y que son diferentes (más largos) a los que se recomiendan actualmente. Eso nos lleva a pensar si el mix de productos era el mismo hace treinta años que ahora y porqué se han aceptado, en muchos foros, esas reducciones en la vida útil. Si a esto le sumamos la distinción entre el carbono como flujo o stock, las incertidumbres debido a perturbaciones, etc., se puede entender que resulta entendible que se siga profundizando en estos temas.
Por otro lado, en este ya polémico artículo (según algunas reacciones que he visto en redes sociales) se descuentan las unidades físicas del carbono en el futuro (emisiones y capturas) a través de una tasa (4%). Dicha tasa la justifican mediante un promedio del coste social del carbono, y una rentabilidad real de ese 4%. Esta aproximación (coste social del carbono) es perfectamente legítima y trata de encontrar el coste que para la sociedad supone emitir una unidad adicional (coste marginal) de carbono. Sin embargo, cuantificar este parámetro está sujeto a controversias, a modificaciones anuales, y habría que hacerlo para cada país. Dejando a un lado las consecuencias de fijar una rentabilidad real de un 4% para un sistema forestal, y máxime en un contexto inflacionario, me interesa destacar que abrir este melón lleva a múltiples preguntas: ¿Se deben descontar siempre las capturas de carbono? ¿sería más apropiado hacerlo con unidades monetarias? ¿qué tasa se emplea a nivel global, si este es el camino? En un sistema forestal, ¿se debe utilizar una tasa única o se modifica según el servicio ecosistémico considerado? A título informativo, publicaciones que han tenido mucho predicamento en los últimos años, como el informe Stern utiliza tasas de descuento sociales mucho más bajas (1,3%), mientras que el informe Dasgupta también se inclina por tasas menores a ese 4%. Nótese que el cálculo de estas tasas y su justificación es un problema complejo (influyen aspectos como la mortalidad en cada país, el valor de la vida humana, etc.) y con aspectos éticos evidentes (la justicia intergeneracional). Aunque los autores afirman que los resultados se comportan de forma inelástica ante cambios en la tasa de descuento, sí que se debe resaltar que en un ejemplo que incluyen, si no se descontara este supuesto exceso de emisiones se reduciría en un 30%. Además, la última circunstancia que quisiera comentar con relación a este trabajo es que, según los autores, los ecosistemas donde las emisiones son menores son las plantaciones forestales (“high plantation productivity“). No está de más incidir en ello por si alguien reivindica la aplicación de medidas en base a estos resultados.
Finalmente, no sale de mi cabeza el hecho que, como he comentado antes, no es muy habitual ver artículos en esta revista relacionados con la gestión forestal, pero el último que recuerdo provocó en su momento una reacción de rechazo por numerosos investigadores, dadas las cifras sobrestimadas de cortas que ofrecían a nivel europeo. Supongo que será casualidad que se publiquen artículos tan desviados de la opinión mayoritaria asociada a la gestión forestal, pero a ver qué ocurre con este trabajo.