Resulta muy frecuente ver, desde hace pocos años, continuas apelaciones a las bondades de construir edificios en madera (o, simplemente, de incrementar el uso de la madera en construcción). Razones fácilmente deducibles como la menor huella de carbono o las características intrínsecas de la madera frente a otros materiales impulsan esta realidad. Este aumento de demanda está produciendo un mayor interés en formación en aspectos constructivos de la madera, y, lo que es más importante, un aumento del emprendimiento en este (hasta ahora) nicho de mercado. Sin embargo, y es algo comentado en otras ocasiones, poco se habla desde el lado de la oferta de madera. Es decir, ¿tenemos madera suficiente para proporcionar productos que cumplan con las expectativas del lado de la demanda de la madera estructural? ¿o bien implícitamente asumimos que la construcción de madera no debe realizarse con producto nacional? No he encontrado muchas respuestas a esta cuestión, empezando por la ausencia de datos en las estadísticas oficiales, aunque hace pocos días se ha publicado un interesante artículo donde se estima cuánta madera adicional se podría movilizar en Europa en los próximos 20 años. Los autores se basan en datos bibliográficos sobre proyecciones existentes en algunos países, así como en un modelo propio para concluir que, en las regiones donde han realizado los cálculos (5% de la superficie forestal europea), se podría incrementar sin demasiada dificultad aproximadamente un 10% de las cortas, respetando que no se corte más del crecimiento anual, y, por otro lado, no se incluyen nuevas forestaciones. Para España el caso de estudio ha sido Cataluña, con lo que, viendo dónde y con que especies se producen las cortas mayoritarias a nivel nacional, los resultados pudieran variar.
Si tomamos esos datos como ciertos, y partiendo de la base que en el trabajo arriba citado no se ha entrado a diferenciar entre destinos finales de la madera, se podría aventurar que igual no se llega a cubrir una nueva demanda en estos productos, y esto nos lleva a las preguntas consiguientes: ¿la gente sabe la madera que se corta en España? (según la publicación anteriormente referida, un 56% del crecimiento, aunque ese dato puede ser menor, comparando las cifras con las estadísticas nacionales). Viendo cómo algunos se rasgan las vestiduras cuando ven una foto o un video de un aprovechamiento forestal, ¿se aceptaría normalizar este hecho y aumentar las cortas, siempre bajo un prisma de sostenibilidad? Igual es preciso realizar un ejercicio de pedagogía sobre asuntos nítidos para los forestales, pero no tanto para otros stakeholders. Así, resulta imposible conjugar la premisa: “fomento de la madera para construcción” con, “utilizar madera de proximidad” y con “hay que prohibir las cortas finales en ciertos sistemas forestales”. De la misma forma que no se puede estar demonizando el eucalipto y la industria transformadora asociada a esta especie y, a la vez, en época de pandemia, hacer acopio y agotar el papel higiénico en los supermercados. Y tampoco se puede estar clamando por “el reto demográfico” y, a la vez, desdeñar los servicios ecosistémicos de provisión vinculados a los sistemas forestales y subvencionando a fundamentalistas que hablan continuamente de “talas masivas” cada vez que hay unas cortas finales ejecutadas con todas las bendiciones técnicas, y siguiendo un plan a largo plazo realizado con rigor. Todas esas contradicciones son sólo una pequeña parte de las existentes. No me olvido de otras que emanan de las normativas europeas.
Volviendo a los datos, por si alguien se cree que en España se corta demasiada madera, ya se ha comentado en una entrada anterior que en España es de los países europeos donde menos se corta con relación a lo que crecen las masas forestales cada año. En donde más madera se corta en Europa, la ratio de las cortas anuales dividido por el crecimiento sobrepasa el 75% y llega al 90% en Suecia. Pero es que, además, si hasta ahora todo el mundo estaba de acuerdo en que un indicador de sostenibilidad de la gestión es que esta ratio fuera siempre menor o igual que el 100%, ya hay países como Suiza que se proponen cortar ese 100% porque están comprobando los riesgos (nieve, vientos, plagas) que acarrea tener masas mucho más densas de lo aconsejable. Aquí podríamos incluir los incendios, y ello justifica una mayor intensidad de las cortas en muchas zonas, pese a lo que se propugna desde el club de fans del rewilding. Por otro lado, quiero insistir en que hasta ahora sólo he hablado de la oferta de madera, y nada de la demanda. Creo que hacen falta estudios a medio plazo para estimar cuánta madera y con qué atributos se va a necesitar en España y, a partir de ahí, proponer medidas para garantizar ciertos productos, calidades, etc. También conviene recordar que todo esto no es posible sin la vinculación de la propiedad, y en España ello supone hablar de la propiedad privada, que, en general, no tiene la fuerza ni el apoyo institucional que debería.
Lo arriba expuesto muestra unas tendencias muy claras. Lo primero que conviene resaltar es que hace falta una planificación a largo plazo para estimar la oferta de madera con unas determinadas calidades en el futuro. Desafortunadamente, se acaban de publicar sendos documentos de Estrategia Forestal 2050 y del Plan Forestal 2022-2032, y no he visto que se recoja en ellos esta demanda. Además, atendiendo el ejemplo de Suiza, se concluye que la sostenibilidad es un concepto multidimensional y, sobre todo, dinámico. Apostar por cortar más de lo que se venía cortando, sin superar el umbral del crecimiento anual puede mejorar la sostenibilidad del sistema, mitigando posibles riesgos que pondrían en peligro la masa forestal. Dicho de otra forma, la gestión forestal sigue siendo imprescindible para garantizar el principio de persistencia de la masa. Dicho principio no queda asegurado con el mohíno y manido tópico de la prohibición de cortas, o con el rewilding más extremo.
En definitiva, debe quedar claro que la gestión forestal presenta, y máxime en nuestros días, una componente intrínseca de características económicas. Y no me refiero a centrarse en los aspectos productivos (que también, en algunos casos), sino a la base de la ciencia económica: la ciencia de la escasez y, simultáneamente, de la elección. Y cuando digo elección me refiero a elegir alternativas de manejo frente a otras. Es decir, alternativas que fomenten o promocionen ciertos bienes y servicios asociados a los sistemas forestales. Si se entiende que los servicios ecosistémicos que proporciona un sistema forestal son múltiples, se concluirá que no sólo hay que respetar los que demanden los turistas accidentales que pisan los montes con su óptica neocolonialista, si se entiende que cada sistema forestal tendrá un mix óptimo de servicios ecosistémicos y, sobre todo, si se entiende que la propiedad tiene un papel fundamental que la lleva a ser respetada y apoyada, y no despreciada y denostada, empezaremos a avanzar. Y también progresaremos si no se mira las repoblaciones como cultivos a erradicar, sino como sistemas que, gestionados con juicio, pueden proveer diferentes servicios ecosistémicos, pueden ayudar a despegar industrias en el rural, pueden dar opciones a la demanda de madera de construcción y, además, pueden mitigar las consecuencias de la aplicación de la citada Estrategia europea de biodiversidad.
Por último, si hablamos de diferentes servicios ecosistémicos, de diferentes preferencias hacia los mismos, de posibles gestiones diversas en un mismo monte para los mismos objetivos, de la necesidad de tener en cuenta la población anclada en estos sistemas, está claro que las soluciones basadas en posturas maximalistas, en prejuicios hacia algunas especies (sean pinos o eucaliptos), en desdeñar la opinión de los técnicos o, en definitiva, en convertir un problema multicriterio en uno monocriterio resuelto sin una empatía mínima con los stakeholders del rural, nunca producirá soluciones satisfactorias para el porvenir de la masa forestal en cuestión. Sólo se acentuarán y perpetuarán las contradicciones anteriormente descritas.