Siempre que he visto en latitudes tropicales ejemplares de especies (existen más de mil) que se encuadran dentro de lo que conocemos como “bambú” me he maravillado del porte que tenían y de la velocidad de su crecimiento, con independencia que se consideraran un recurso con una utilidad comercial manifiesta o, simplemente, una mala hierba (y valga la redundancia, porque son gramíneas). Algunos autores afirman que ocupan más de 33 millones de hectáreas a nivel mundial, cifra sin duda relevante, ya que supone más del 10% de la suma de todas las plantaciones forestales. Sin embargo, su distribución se concentra en zonas tropicales de Asia, África y América del Sur, no contabilizándose presencia significativa en Europa ni en Norteamérica.
Además, estas especies son consideradas vivos ejemplos de multifuncionalidad porque los usos asociados a las mismas se cuentan por cientos, desde la alimentación (y no me refiero a la de los osos pandas, que también) hasta aspectos medicinales pasando por muebles, tableros, e incluso papel. Esta exuberancia en cuando a los productos que se pueden obtener a partir de esta materia prima hace que también encajen perfectamente en lo que se conoce como economía circular. A pesar de esta ductilidad, en el caso español, su presencia en los intercambios comerciales se puede calificar como testimonial, aunque Europa (único continente donde no existen especies endémicas) es el primer importador de esta materia prima a nivel global. Además, ya existen en otras latitudes estándares tanto de FSC como de PEFC para certificar plantaciones de este producto forestal no maderable.
Si nos restringimos a las que presentan un carácter leñoso, y centrándome, por su importancia hoy en día, en sólo dos usos, es preciso comentar, en primer lugar, su potencial como materia prima para la construcción, sustituyendo a materiales que presenten una huella de carbono muy superior. Así, en los últimos años se han disparado los estudios en esta línea ya que puede sustituir al acero, al plástico o incluso a la madera en diversos contextos. No soy para nada experto en estos temas, pero de igual forma que resulta admirable el techo de bambú de la T4 del aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid, uno se pregunta si la normativa europea admite este material desde el punto de vista estructural o, en caso contrario, si lo va a hacer en un futuro. En cualquier caso, su potencialidad desde el punto de vista constructivo viene dada por una evidencia: cientos de millones de personas viven en casas de bambú a lo largo del mundo.
El otro servicio ecosistémico que quisiera destacar no es de provisión, sino de regulación, y me refiero al papel que pudieran jugar las plantaciones de bambú en aspectos de mitigación del cambio climático, dado su facilidad para capturar carbono (estamos hablando de crecimientos incomparables con otras especies forestales y con turnos de 3-7 años). Si nos centramos en acuerdos internacionales, su uso en los mecanismos de desarrollo limpio (MDL) ha estado prohibido a principios de siglo, aunque años más tarde se reconoció su equivalencia a los árboles de cualquier otra especie, dejando el albedrío de integrarlo o no en estos programas a las autoridades nacionales. Por otro lado, si hablamos de captura de carbono (sin olvidarnos de la importancia que pueda tener el carbono en el suelo), es preciso añadir la contabilización del carbono en los productos, ya que su integración en el análisis pudiera ser de interés. En efecto, aquí no me refiero al bambú en bruto, sino a los productos que se pueden obtener a partir del bambú tratado con el fin de incrementar su durabilidad. En definitiva, el binomio turno corto y permanencia dilatada del carbono en los productos pudiera ser una combinación muy atractiva para fomentar este tipo de alternativas en terrenos forestales.
Frente a esta realidad, me ha llamado la atención cómo se ha puesto en circulación una nueva revista científica, en una editorial de prestigio como Elsevier… dedicada exclusivamente al bambú. Además, su Editor es el Prof. John Innes, investigador ampliamente reconocido en el ámbito forestal y exdecano de la reputada Escuela Forestal en la Universidad de British Columbia. Creo que esta apuesta se puede considera como un indicador evidente de la potencialidad de este grupo de especies. Pues bien, en el primer número de la citada revista se encuentra un artículo sobre el cultivo del bambú en Italia. Para mi sorpresa se alude a la existencia de una superficie de 2.000ha, así como un Consejo y una Asociación Nacional del bambú. Obviamente, aunque es una fase inicial (y supongo que, para algunas especies, experimental) no conviene desdeñar esas cifras. Además, se aportan los resultados económicos de dos explotaciones en Calabria con objetivos distintos (una, con un turno de 3 años, mientras la otra vende los créditos de carbono asociados a dichas plantaciones). Los costes son bastante elevados (más de 20.000€/ha) debido al alto precio de las plantas, pero la rentabilidad parece asegurada, al menos en el caso del proyecto de captura de carbono, y para un precio por tonelada modesto (4$/t) donde prácticamente han conseguido el punto de equilibrio en el segundo año, cuando el proyecto presenta un horizonte de actuación de 15 años.
Llegados a este punto, surge una pregunta bastante naíf: a la vista de los muy escasos ejemplos que he encontrado al respecto, ¿por qué no se han desarrollado, del mismo modo que en Italia, plantaciones similares en España? En un contexto de reto demográfico en el mundo rural, creo que, al menos, debería analizarse esta opción para algunas localizaciones, y esto pasa tanto por algunos estímulos, como por cambios normativos (además de los ya citados, creo que no está el bambú en la famosa calculadora del MITECO para los proyectos de absorción de CO2). Como resulta fácil pensar, estas hipotéticas inversiones deben cumplir unos requisitos rígidos, como, por ejemplo, a la hora de evitar problemas de propagación del bambú en zonas aledañas con el peligro de convertirse en una especie no deseada. Sin embargo, si se cumplen los condicionantes necesarios podremos estar hablando de una alternativa muy interesante, que complementa otras inversiones forestales, entroncándose en lo que se denomina bioeconomía circular. Seguro presenta otros problemas, así como virtudes que no se han incluido en esta entrada, pero intuyo que, al menos, merece la pena profundizar en ello. Por último, cualquier comentario, dato o aclaración son bienvenidos porque, obviamente, no soy experto en este tipo de productos forestales no maderables. Eso sí, abstenerse hipotéticos ofendidos sobre el carácter “no vernáculo” de estas especies, no vaya a ser que se atraganten cuando disfruten de una ensalada de productos patrios como el kiwi, la papaya y la fruta del dragón.