“…Es uno de los dioses más lindos. Tiempo, tiempo, tiempo, tiempo…”. Caetano Veloso: Oraçâo do tempo
Hoy toca hablar de un elemento ubicuo dentro del desarrollo de los servicios ecosistémicos en los sistemas forestales, que constituye un factor sobre el que gravita toda la gestión forestal y que, a pesar de estos atributos, pasa muchas veces desapercibido, tanto por acción como por omisión: el tiempo. En palabras de Lucas Olazábal, “concepto abstracto de una sucesión de hechos no simultáneos”. Centrando más el problema, me voy a referir al paso inexorable de los años y cómo manifiesta su influencia en la evolución de las masas forestales. Dicha influencia debe tenerse en cuenta para diseñar itinerarios de gestión que permitan cumplir los objetivos de la propiedad, a la vez que garantizar la provisión de los servicios ecosistémicos asociados. Convendrán conmigo en que, tratándose de horizontes de actuación tan dilatados como los habitualmente considerados en el ámbito forestal, el tiempo adquiere una importancia capital, y esto no ocurre en otras áreas de la bioeconomía ni, en general, en ningún otro proceso productivo.
Ya en los albores[1] de la gestión forestal en España se hablaba de esta forma de la consideración del tiempo: “Los montes económicamente hablando son una riqueza de todos tiempos y lugares tanto mas atendible cuanto que no basta para su desarrollo el capital y el trabajo, sino que necesita como elemento indispensable el tiempo en períodos seculares”. Esta frase ilustra a la perfección la diferencia que existe a la hora de gestionar este recurso renovable frente a otros, ya que recoge implícitamente la consideración del tiempo como un factor de producción. Y si hablo de gestionar no estoy pensando sólo en utilizar un indicador del análisis de inversiones para justificar que una determinada inversión forestal a tan largo plazo vaya a ser (o no) rentable. A lo que me refiero es que el gestor debe, atendiendo a las normativas vigentes sobre cómo redactar los documentos técnicos de planificación forestal, pensar y justificar cuándo va a tener que realizar tanto ciertas inversiones en el monte como obtener rendimientos económicos vinculados a ciertos servicios ecosistémicos de provisión. Es más, y como les insisto a los alumnos, un técnico forestal debe integrar en su toma de decisiones, al menos, tres componentes: la económica, como buen ingeniero, la espacial (debe situar en el caso de estudio dónde se van a realizar o dónde no se van a acometer ciertas actuaciones) y, por supuesto, la temporal, que quizá sea la más importante: cuándo van a tener lugar. En definitiva, el gestor debe asegurar la provisión de los servicios ecosistémicos no sólo en el presente más inmediato, sino para todo el tiempo.
Las implicaciones de planificar la gestión forestal en horizontes frecuentemente superiores a la esperanza de vida del técnico son múltiples. Así, si se establece un objetivo relacionado con la obtención de un tipo de producto, pudiera ocurrir que la demanda actual del mismo se modifique en el futuro. En esta línea, a título de ejemplo se puede citar la actual apuesta por madera de grandes dimensiones y de origen nacional para su empleo en la construcción, pero sin tener en cuenta si va a existir la oferta necesaria en el futuro ni si van a aparecer productos sustitutivos que puedan competir con ella. Es decir, no se tiene en cuenta el tiempo al justificar esta apuesta. También implica desconocer cómo se van a modificar determinados parámetros económicos básicos (tasa de descuento, inflación, etc.) ni cómo va a afectar las innovaciones que se produzcan en el futuro. Considerar al tiempo como un pozo de incertidumbre también implica admitir la aparición de nuevas plagas, incendios, etc. En esta línea, no apoyar desde las Administraciones Públicas el fomento de herramientas como los seguros forestales implica indirectamente no considerar al tiempo en sus políticas. Por otro lado, muchos recolectores de hongos piensan que la producción fúngica anual sólo depende de las variables meteorológicas, pero el cortejo fúngico varía con la edad de la masa, con lo que en masas no ordenadas habrá variaciones de en la producción de diversas especies. Y no será culpa del cambio climático, sino de no aceptar la influencia del tiempo en el análisis. También resulta muy curioso el olvido de esta variable entre aquellos que propugnan sistemáticamente aberraciones como la no gestión de muchos montes. Creen que la foto actual del sistema forestal se va a congelar y que se va a detener la evolución de esa masa forestal antropizada. Y, por supuesto, no me olvido del cambio climático. Aquí el tiempo está muy presente en objetivos agregados, pero no parece que siga la misma tendencia si descendemos a medidas concretas. Por ejemplo, ¿las nuevas forestaciones que se realizan hoy en día incluyen escenarios de cambio climático?
Pero el tiempo no sólo se olvida en la gestión de servicios ecosistémicos de provisión. Así, muchos análisis sobre, por ejemplo, la disposición al pago de servicios recreativos proporcionados los sistemas forestales se basan en estudios que tienen, de media, más de 20-25 años, con lo que se está suponiendo implícitamente que la demanda de las personas con relación a la oferta de estos servicios ecosistémicos es invariable en el tiempo. ¿Alguien se cree eso? Supongo que no, pero es la hipótesis que subyace cuando se emplean laboriosos ejercicios de valoración espacial sin actualizar en el tiempo con el fin de aportar informaciones básicas para cualquier stakeholder interesado en el ámbito forestal. Un ejemplo muy claro sería la valoración económica de servicios ecosistémicos (no de provisión) que se incluyen en el Inventario Forestal Nacional.
Uno de los ejemplos más notorios a la hora de justificar el impacto del tiempo en las decisiones es la elección del turno o momento óptimo de corta en una masa. Es una decisión clave, con muchas implicaciones y que habitualmente no ofrece una solución única. Pues bien, produce bastante desasosiego comprobar cómo personas que no han introducido esta variable en su análisis no respetan la decisión de un técnico formado y que sí ha medido el impacto del tiempo en el desarrollo futuro de la masa forestal. Me estoy refiriendo a algunos escolásticos protestando cada vez que se produce una corta de regeneración. En esta línea, la muy necesaria pedagogía forestal que se debe realizar en diferentes ámbitos debería prestar especial atención a la dimensión temporal.
Por último, resulta curiosa la dicotomía que se establece con el tiempo: mientras muchos economistas piensan que la riqueza real se debe medir en el tiempo que disponen las personas más que en las rentas recibidas. O, dicho de otra forma, los avances tecnológicos suponen ganancias de tiempo, como lo demuestra las paulatinas reducciones de la jornada laboral. Sin embargo, en el ámbito forestal el tiempo debe verse no como una medida de riqueza o bienestar, sino como un factor inequívocamente imprescindible y que marcará las decisiones a tomar en el futuro. Y, si no, el tiempo lo dirá.
[1] Ruiz Amado, D.H. (1859). Manual de Legislación y Administración Forestal.