“En el contexto moderno se entiende que el uso múltiple significa más que el simple uso incidental de la tierra para más de un propósito”. M.R. Carroll (1978): The Multiple Use of Woodlands
Existe un concepto crítico, que subyace a toda la gestión forestal actual, y que, por manido no por ello se debe dejar de reivindicar y contextualizar adecuadamente. Me estoy refiriendo a la idea del uso múltiple. Como es sabido y admitido, aunque no de forma unánime, los sistemas forestales proporcionan una pléyade de, utilizando el lenguaje actual, servicios ecosistémicos. A diferencia de otros sistemas productivos, aquí nos encontramos que simultáneamente con el crecimiento de las masas se desarrollan bienes y servicios con precio de mercado junto con otros que carecen de esta cualidad. Estos últimos constituyen lo que se denominan las externalidades positivas que proporcionan los sistemas forestales y que muchas de ellas se recogen en los llamados servicios ecosistémicos de regulación (regulación ciclo hidrológico, polinización, etc.). Las externalidades, dentro de la economía neoclásica, constituyen un fallo de mercado, y por ello se estima conveniente arbitrar medidas para corregir dicho fallo. Todo ello nos conduce a que, idealmente, la gestión forestal debería integrar en su toma de decisiones a todo este conjunto de bienes y servicios.
Otra forma de enfocar este problema, también desde el punto de vista económico, sería acudir a la idea de la producción conjunta. Así, resulta fácil admitir que cuando se produce un servicio ecosistémico de provisión, como es el caso de la madera, automáticamente surgen otros servicios ecosistémicos. Todo ello significa que un único proceso de producción (el crecimiento de la masa) da lugar a varios outputs o, dicho de otra forma, la producción conjunta no puede ser representada por funciones de producción separadas, una para cada servicio ecosistémico. Dicho de otro modo, existirán costes asociados a la gestión forestal que no puedan ser asignados unívocamente a cada servicio ecosistémico. Llegados a este punto conviene resaltar que resulta muy infrecuente que la propiedad conozca con precisión las relaciones que se producen entre el crecimiento de la masa forestal (o su evolución, si nos referimos a una masa ya establecida) con el desarrollo de los servicios ecosistémicos asociados. Tampoco se debe suponer que las relaciones son siempre del tipo cuanta más edad, mayor suministro de todos los servicios ecosistémicos existentes.
Dando un paso más, también conviene resaltar que ambas ideas (uso múltiple y producción conjunta) se toman como sinónimos en muchos libros seminales de economía y gestión forestal. En esta línea, Partha Dasgupta en su celebérrimo informe (sí, sí, ese que muchos citan sin siquiera haberlo leído) señala que, a nivel ambiental, es decir, no sólo teniendo en cuenta los sistemas forestales, los servicios ecosistémicos de regulación y mantenimiento se producen de forma conjunta. Todo ello conforma una realidad que, por desgracia, en España no ha cuajado de la misma forma que en otros países: no se puede abordar de forma correcta problemas de uso múltiple obviando las herramientas del análisis económico. Como dice el título de esta entrada el uso múltiple es el punto de partida y, a la vez, su mantenimiento y mejora de acuerdo con los objetivos de la propiedad es el fin de la gestión a aplicar. Ilustrando esta realidad, no es muy conocido que el primer artículo en Forest Science, una revista forestal multidisciplinar de mucha enjundia, sobre todo en Norteamérica, esté dedicado a este hecho… ya en el año 1955. El autor realiza un ortodoxo análisis del problema del uso múltiple siguiendo principios básicos de la microeconomía y con una función bi-objetivo: madera vs forraje. Otros manuales de Economía Forestal le dedican un capítulo específico al final del libro, subrayando que es la esencia de la gestión forestal desde el punto de vista no sólo de la propiedad, sino de la sociedad en su conjunto.
En España este objetivo está implícito en uno de los objetivos clásicos de la Ordenación de Montes, recogidos en las Instrucciones Generales de Ordenación de Montes Arbolados (IGOMA) de 1970, bajo el conocido epígrafe “máximo de utilidades”, con lo que, en ese momento, como bien señala el Prof. Madrigal en su manual de Ordenación de Montes Arbolados, se da un paso adelante con relación al clásico objetivo del máximo rendimiento. La diferente normativa autonómica emanada desde entonces sigue esa línea, pero, sin ahondar demasiado en ello. La ausencia de informaciones básicas asociadas, entre otras, a la valoración de los diferentes servicios ecosistémicos, la falta de unos conocimientos económicos básicos en otras ocasiones, o la imposición de alternativas de manejo que van en contra de esta idea (la del uso múltiple) pueden justificar este hecho.
Un ejemplo muy claro de lo último que se ha expuesto es la justificación que muchas veces se hace invocando al uso múltiple proponiendo la llamada “no gestión”. Cuando, bien desde un punto de vista legislativo, o bien cuando algunos stakeholders por arrogarse un derecho cuasi divino para iluminar al resto de mortales cuál debe ser la mejor gestión deciden que hay que restringir usos, prohibir ciertos el desarrollo de ciertos servicios ecosistémicos de provisión, primar unos servicios ecosistémicos sobre otros (según su único y, según ellos, incuestionable criterio), etc. se está yendo en contra de este principio básico. Ya no sólo por imponer preferencias sin ninguna justificación, sino porque se obvia cualquier análisis económico que lo motive y, además, no se tiene en cuenta la evolución de la masa a largo plazo bajo esas nuevas condiciones. Por ejemplo, los que proponen que, al menos, cientos de miles de hectáreas arboladas en España no sufran ninguna corta final, ¿han analizado cómo van a evolucionar los múltiples servicios ecosistémicos en las siguientes décadas? ¿han computado los posibles trade-offs entre ellos? ¿conocen las preferencias de la sociedad al respecto? ¿han incluido en su sesudo análisis escenarios de cambio climático? Se podrían añadir más preguntas, pero la respuesta a todo ello es fácil de imaginar: se trata sólo de una mera imposición sin ninguna base científica.
A pesar de las carencias arriba expuestas, ello no significa que los gestores en su día a día en el monte no lo tengan presente. Son ellos los que con su continua toma de decisiones nos ilustran de sus aciertos, así como de lo contrario, tal y como ocurre en todo método de prueba y error, aunque en las últimas décadas al citado método se le ha dado una pátina “cool” llamándole “manejo adaptativo” (“adaptive management”). Así, por poner algunos ejemplos, los gestores deciden si el uso múltiple de diversos servicios ecosistémicos se producen simultáneamente en una misma unidad de manejo, o bien, en otras ocasiones, se distribuyen en un mosaico con usos principales bien definidos. En otras ocasiones se concentran, tanto espacial como temporalmente, determinados servicios ecosistémicos. En todos estos casos se analizan los trade-offs (en la perspectiva que sea factible) y pretenden que se cumplan los objetivos de la gestión forestal a largo plazo con relación a dichos servicios ecosistémicos. La casuística al respecto es mucho mayor, y esta entrada se alargaría mucho si profundizara en otras cuestiones arriba apuntadas. No obstante, quisiera finalizar simplemente insistiendo en la necesidad y validez de este concepto en la gestión forestal: el uso múltiple no es la genialidad de un iluso, sino un tributo inconcuso que sólo merece el aplauso.